Kosovo independiente
Pocas veces el proceso de nacimiento de un país ha estado rodeado de tanta polémica. Los albaneses de Kosovo declararon su independencia y recibieron el rápido respaldo de Estados Unidos. Las razones de esa alianza y el riesgo de una nueva crisis balcánica son el núcleo de este artículo.
Las banderas estadounidenses flameaban junto con las albanesas en los festejos por la declaración de la independencia de Kosovo este domingo 17. Incluso podían verse híbridos textiles como una suerte de bandera siamesa formada por la de Albania y la de Estados Unidos cosidas por un extremo. Una confirmación más de que Pristina es una de las pocas ciudades en las que la administración de Bush goza del cariño de las masas. Un amor por conveniencia, pero amor al fin. Los albanokosovares, que no dudaron en abrazar la esvástica en la Segunda Guerra Mundial cuando la Alemania nazi les prometió la independencia, ahora vuelven a dejar de lado todo prejuicio y abrazan las barras y estrellas. La pregunta que se esconde en la entrelínea de tanto entusiasmo es qué gana Estados Unidos, además de obtener un poco de oxígeno que compense la asfixiante impopularidad que sufre en el resto del mundo.
Cualquier indicio de respuesta debe conjurar la tentación de al menos dos caminos fáciles. El primer atajo aparente es el que asocia este interés de la administración de Bush con el que exhibió en su momento el gobierno demócrata de Bill Clinton. Cuando en 1999 Estados Unidos atacó al gobierno serbio de Slobodan Milosevic, en un intento de frenar la represión contra los albanokosovares, lo hizo buscando –al menos en parte– evitar una nueva catástrofe humanitaria en los Balcanes. Puede criticarse el resultado de aquella acción, ya que con las cartas a la vista resulta evidente que provocó precisamente aquello que pretendía evitar, porque las bombas de la Alianza Atlántica dieron el espacio a los albanokosovares para hacer su propia limpieza étnica contra los serbokosovares. Pero mirada en perspectiva todavía parece tener cierta validez la categorización que se le dio en su momento a aquella intervención de fin de siglo, cuando los titulares afirmaban que “la generación del 68 va a la guerra”, en alusión al carácter socialdemócrata de los gobiernos occidentales del momento. Ahora, al reconocer al Kosovo independiente, el gobierno de Bush no busca evitar ninguna debacle humanitaria, sino que parece entender que la misma –que ningún analista se atreve a descartar– sería un daño colateral más de su política exterior.
NUEVOS Y VIEJOS AMIGOS. Las motivaciones de Washington parecen estar basadas en la conveniencia de tener un “país amigo” en una zona donde las amistades incondicionales (de esas que permiten vuelos secretos procedentes de los campos de batalla del Golfo Pérsico) escasean cada vez más. Los países del ex campo socialista demuestran ser aliados menos dóciles de lo que se pensó al calor del entusiasmo de la inmediata pos Guerra Fría, y el derecho comunitario europeo los viene alineando rápidamente a la legalidad internacional. En ese sentido, un proto Estado como el naciente Kosovo puede ser una bendición para Washington.
El segundo atajo aparente que debe evitarse al analizar el juego de alineamientos que se ha producido en torno a la independencia kosovar es colocar el apoyo ruso a Serbia en un nivel equivalente al apoyo estadounidense a los albanokosovares.
Más allá de los oportunismos a los que el gobierno de Vladimir Putin es tan afecto, la alianza de Moscú y Belgrado tiene una sustancia de tipo cultural que la vuelve mucho más densa que la Realpolitik de Washington. La tradición religiosa (cristiana ortodoxa) y étnica (eslava) que une a serbios y rusos sólo puede asociarse a la tradición que separa a serbios de alemanes. No en vano es Alemania (independientemente del partido que la gobierne) la que siempre se vuelve el principal sostén europeo de legitimidad de los separatismos ex yugoslavos.
¿Y después? En términos de riesgos regionales, el especialista Jean-Arnault Dérens ha recordado, en Le Monde Diplomatique, que, si bien a priori Serbia ha descartado el envío del ejército a Kosovo, “esta promesa podría ponerse en entredicho si la violencia se generalizase en las zonas serbias del territorio”.
Dérens añade: “También ignoramos la amplitud del impacto que causará la independencia de Kosovo en la región. Los albaneses de Macedonia, Montenegro y el Valle de Presevo también deberían celebrarla. Se puede suponer que los problemas no se plantearán inmediatamente en estas regiones, aunque la independencia de Kosovo acarreará la apertura de otra cuestión, la de una posible unificación nacional albanesa. Por su parte, los serbios de Bosnia-Herzegovina podrían alegar el precedente de Kosovo para reclamar, ellos también, el derecho de autodeterminación”.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 22 de febrero de 2008)
Las banderas estadounidenses flameaban junto con las albanesas en los festejos por la declaración de la independencia de Kosovo este domingo 17. Incluso podían verse híbridos textiles como una suerte de bandera siamesa formada por la de Albania y la de Estados Unidos cosidas por un extremo. Una confirmación más de que Pristina es una de las pocas ciudades en las que la administración de Bush goza del cariño de las masas. Un amor por conveniencia, pero amor al fin. Los albanokosovares, que no dudaron en abrazar la esvástica en la Segunda Guerra Mundial cuando la Alemania nazi les prometió la independencia, ahora vuelven a dejar de lado todo prejuicio y abrazan las barras y estrellas. La pregunta que se esconde en la entrelínea de tanto entusiasmo es qué gana Estados Unidos, además de obtener un poco de oxígeno que compense la asfixiante impopularidad que sufre en el resto del mundo.
Cualquier indicio de respuesta debe conjurar la tentación de al menos dos caminos fáciles. El primer atajo aparente es el que asocia este interés de la administración de Bush con el que exhibió en su momento el gobierno demócrata de Bill Clinton. Cuando en 1999 Estados Unidos atacó al gobierno serbio de Slobodan Milosevic, en un intento de frenar la represión contra los albanokosovares, lo hizo buscando –al menos en parte– evitar una nueva catástrofe humanitaria en los Balcanes. Puede criticarse el resultado de aquella acción, ya que con las cartas a la vista resulta evidente que provocó precisamente aquello que pretendía evitar, porque las bombas de la Alianza Atlántica dieron el espacio a los albanokosovares para hacer su propia limpieza étnica contra los serbokosovares. Pero mirada en perspectiva todavía parece tener cierta validez la categorización que se le dio en su momento a aquella intervención de fin de siglo, cuando los titulares afirmaban que “la generación del 68 va a la guerra”, en alusión al carácter socialdemócrata de los gobiernos occidentales del momento. Ahora, al reconocer al Kosovo independiente, el gobierno de Bush no busca evitar ninguna debacle humanitaria, sino que parece entender que la misma –que ningún analista se atreve a descartar– sería un daño colateral más de su política exterior.
NUEVOS Y VIEJOS AMIGOS. Las motivaciones de Washington parecen estar basadas en la conveniencia de tener un “país amigo” en una zona donde las amistades incondicionales (de esas que permiten vuelos secretos procedentes de los campos de batalla del Golfo Pérsico) escasean cada vez más. Los países del ex campo socialista demuestran ser aliados menos dóciles de lo que se pensó al calor del entusiasmo de la inmediata pos Guerra Fría, y el derecho comunitario europeo los viene alineando rápidamente a la legalidad internacional. En ese sentido, un proto Estado como el naciente Kosovo puede ser una bendición para Washington.
El segundo atajo aparente que debe evitarse al analizar el juego de alineamientos que se ha producido en torno a la independencia kosovar es colocar el apoyo ruso a Serbia en un nivel equivalente al apoyo estadounidense a los albanokosovares.
Más allá de los oportunismos a los que el gobierno de Vladimir Putin es tan afecto, la alianza de Moscú y Belgrado tiene una sustancia de tipo cultural que la vuelve mucho más densa que la Realpolitik de Washington. La tradición religiosa (cristiana ortodoxa) y étnica (eslava) que une a serbios y rusos sólo puede asociarse a la tradición que separa a serbios de alemanes. No en vano es Alemania (independientemente del partido que la gobierne) la que siempre se vuelve el principal sostén europeo de legitimidad de los separatismos ex yugoslavos.
¿Y después? En términos de riesgos regionales, el especialista Jean-Arnault Dérens ha recordado, en Le Monde Diplomatique, que, si bien a priori Serbia ha descartado el envío del ejército a Kosovo, “esta promesa podría ponerse en entredicho si la violencia se generalizase en las zonas serbias del territorio”.
Dérens añade: “También ignoramos la amplitud del impacto que causará la independencia de Kosovo en la región. Los albaneses de Macedonia, Montenegro y el Valle de Presevo también deberían celebrarla. Se puede suponer que los problemas no se plantearán inmediatamente en estas regiones, aunque la independencia de Kosovo acarreará la apertura de otra cuestión, la de una posible unificación nacional albanesa. Por su parte, los serbios de Bosnia-Herzegovina podrían alegar el precedente de Kosovo para reclamar, ellos también, el derecho de autodeterminación”.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 22 de febrero de 2008)
Etiquetas: Kosovo 2003/2007
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