En el túnel del tiempo
La guía de viajes Lonely Planet recomienda visitar un bar lácteo ubicado cerca de la estación de trenes de Varsovia para hacer una regresión en el tiempo e internarse en lo que era un restaurante popular de la Polonia comunista. Resulta una experiencia impactante. Se llega atravesando una gran avenida, hoy dominada por un hotel cinco estrellas y una tienda británica por departamentos, en la que el intenso tráfico habla de una ciudad próspera y vibrante. Sin embargo, una vez que se traspasa el umbral del bar lácteo, una atmósfera de opresión se apodera del visitante. La comida se recibe en una estrecha ventana que comunica la cocina con el comedor. Los cubiertos son de latón ordinario y tienen el desgaste de años de uso ininterrumpido.
Hasta ese momento, el visitante se ha concentrado en la tarea de elegir qué comer entre una lista de platos escrita en polaco en una pared, y en completar la operación de pre-pago y autoservicio. No ha prestado mayor atención al entorno. Por eso el principal golpe lo recibe cuando le da la espalda a la ventanilla en la que le acaban de servir un humeante guisado y se encuentra de frente con el resto de los clientes. Es una insólita mezcla de mendigos, estudiantes y algún que otro empleado de tienda en busca de un plato barato. Al comienzo predomina la sensación de que está en una institución de caridad para indigentes, pero al sentarse a una mesa e integrarse a esa comunidad de comensales, esta impresión cambia y el visitante siente que se encuentra en el comedor de un hospital psiquiátrico. Varios de los que sorben su sopa ruidosamente hacen, a intervalos regulares, ruidos guturales y golpean la mesa con la cuchara; un anciano habla con su vaso en tono de confidencia. Las batas que visten las mujeres que sirven la comida contribuyen a darle al lugar su aspecto de viejo manicomio. No es fácil terminar el plato tranquilamente.
Al salir, el aire de Varsovia se siente más puro que nunca; hasta el enorme Palacio de Cultura, un edificio de arquitectura estalinista ubicado en el centro de la ciudad, parece hermoso. Rodeando la manzana de la estación, en la avenida que corre perpendicular a la que aloja al bar lácteo, y apenas a trescientos metros de éste, un Mc Donald’s de dos pisos se alza más como una tabla de salvación que como un contraste. Aunque la ciudad ofrece un abanico de opciones gastronómicas que van mucho más allá del dilema bar lácteo o fast food, vale la pena detenerse en la versión polaca de la célebre cadena norteamericana, cuya promoción del mes es una hamburguesa con panceta que se anuncia en la entrada por intermedio de una gran fotografía de John Wayne, uno de los íconos del reaganismo durante la Guerra Fría.
Se equivocan quienes piensan que los Mc Donald’s son iguales en todas partes. Las pequeñas diferencias que la franquicia internacional permite a sus socios de cada país, puede enseñar algo sobre cada sociedad. En París, cuna de la excelencia gastronómica, resultaría impesable una cadena de hamburguesas monótona y uniforme que simplemente ofreciera lo mismo que en el resto del mundo; por ese motivo, en los Campos Elyseos la legendaria Big Mac convive con promociones que permiten a los jóvenes parisinos disfrutar de hamburguesas exóticas, una distinta para cada día de la semana, bautizadas con nombres como Mc Hawai, Mc Corfú, o Mc Arabia, y aderezadas con ingredientes de las cocinas típicas de esos lugares. En Grecia la decoración busca integrar algo del pasado clásico, y la que está ubicada en la Plaza Wenceslao de Praga permite encontrar molduras art-nouveau en su interior para no desentonar con la bella arquitectura de la capital checa.
En Varsovia es diferente. La decoración del Mc Donald’s polaco está compuesta por fotografías de otros Mc Donald’s ubicados a lo largo y ancho del mundo, desde Estados Unidos hasta el Lejano Oriente. Podría leerse que los polacos no necesitan que el fast food símbolo de Occidente les ofrezca otra cosa que la sensación de que al fin forman parte de ese Occidente. El gran cow-boy John Wayne (foto), que en alguno de sus filmes supo incluso ser un aguerrido boina verde en la guerra de Vietnam, reafirma este mensaje.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 12 de octubre de 2001)
Hasta ese momento, el visitante se ha concentrado en la tarea de elegir qué comer entre una lista de platos escrita en polaco en una pared, y en completar la operación de pre-pago y autoservicio. No ha prestado mayor atención al entorno. Por eso el principal golpe lo recibe cuando le da la espalda a la ventanilla en la que le acaban de servir un humeante guisado y se encuentra de frente con el resto de los clientes. Es una insólita mezcla de mendigos, estudiantes y algún que otro empleado de tienda en busca de un plato barato. Al comienzo predomina la sensación de que está en una institución de caridad para indigentes, pero al sentarse a una mesa e integrarse a esa comunidad de comensales, esta impresión cambia y el visitante siente que se encuentra en el comedor de un hospital psiquiátrico. Varios de los que sorben su sopa ruidosamente hacen, a intervalos regulares, ruidos guturales y golpean la mesa con la cuchara; un anciano habla con su vaso en tono de confidencia. Las batas que visten las mujeres que sirven la comida contribuyen a darle al lugar su aspecto de viejo manicomio. No es fácil terminar el plato tranquilamente.
Al salir, el aire de Varsovia se siente más puro que nunca; hasta el enorme Palacio de Cultura, un edificio de arquitectura estalinista ubicado en el centro de la ciudad, parece hermoso. Rodeando la manzana de la estación, en la avenida que corre perpendicular a la que aloja al bar lácteo, y apenas a trescientos metros de éste, un Mc Donald’s de dos pisos se alza más como una tabla de salvación que como un contraste. Aunque la ciudad ofrece un abanico de opciones gastronómicas que van mucho más allá del dilema bar lácteo o fast food, vale la pena detenerse en la versión polaca de la célebre cadena norteamericana, cuya promoción del mes es una hamburguesa con panceta que se anuncia en la entrada por intermedio de una gran fotografía de John Wayne, uno de los íconos del reaganismo durante la Guerra Fría.
Se equivocan quienes piensan que los Mc Donald’s son iguales en todas partes. Las pequeñas diferencias que la franquicia internacional permite a sus socios de cada país, puede enseñar algo sobre cada sociedad. En París, cuna de la excelencia gastronómica, resultaría impesable una cadena de hamburguesas monótona y uniforme que simplemente ofreciera lo mismo que en el resto del mundo; por ese motivo, en los Campos Elyseos la legendaria Big Mac convive con promociones que permiten a los jóvenes parisinos disfrutar de hamburguesas exóticas, una distinta para cada día de la semana, bautizadas con nombres como Mc Hawai, Mc Corfú, o Mc Arabia, y aderezadas con ingredientes de las cocinas típicas de esos lugares. En Grecia la decoración busca integrar algo del pasado clásico, y la que está ubicada en la Plaza Wenceslao de Praga permite encontrar molduras art-nouveau en su interior para no desentonar con la bella arquitectura de la capital checa.
En Varsovia es diferente. La decoración del Mc Donald’s polaco está compuesta por fotografías de otros Mc Donald’s ubicados a lo largo y ancho del mundo, desde Estados Unidos hasta el Lejano Oriente. Podría leerse que los polacos no necesitan que el fast food símbolo de Occidente les ofrezca otra cosa que la sensación de que al fin forman parte de ese Occidente. El gran cow-boy John Wayne (foto), que en alguno de sus filmes supo incluso ser un aguerrido boina verde en la guerra de Vietnam, reafirma este mensaje.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 12 de octubre de 2001)
Etiquetas: Crónicas, Detrás del muro, Europa del Este, Polonia, Sociedades, Sociedades 2000/2002
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