El lugar donde los sandinistas nunca perdieron

La carretera Panamericana atraviesa Nicaragua de sur a norte. En cada uno de los dos extremos en los que esa ruta corta el contorno del país, puede empezar a recorrerse la paradoja de la supervivencia de un estado de las cosas que se creía enterrado: el extraño anacronismo de la Nicaragua sandinista. La frontera norte, con Honduras, siempre ha sido una línea difusa. Pero la nebulosa que existe a campo abierto se sustituye a nivel del asfalto por una nítida barrera metálica de color blanco. Es una frontera cavada en medio de la montaña, con una carretera flanqueada por dos imponentes paredes de roca. En la más visible hay un enorme mural que retrata, en dimensiones de realismo socialista, a Carlos Fonseca Amador, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (fsln). No es posible resistir la tentación de preguntarle al aduanero por la presencia de ese icono de los años de la revolución después de tres gobiernos nacionales de derecha. Su respuesta es tajante: "Mientras nosotros estemos, él se queda; y nosotros no nos vamos". Ese desafío; ese "no nos vamos", heredero del "no pasarán" de los años ochenta, tiene en el norte sus ejemplos más emblemáticos.

Es posible que las causas del inamovible 40 por ciento de los votos que mantiene la izquierda a nivel nacional estén en las propias peculiaridades de la experiencia nicaragüense: un intento de socialismo que incluyó expropiaciones de medios de producción y estatización de tierras, pero que permitió la prensa opositora, que no vetó la religión, y que tuvo el valor de convocar a elecciones limpias cada seis años como lo preveía la Constitución; muchas veces, ante la débâcle de las elecciones de 1990, se olvida que en 1984 hubo elecciones con la presencia de partidos opositores, y que el fsln las ganó con un 64 por ciento. Pero el desafío del que hablaban los aduaneros no siempre se produce en los clivajes clásicos de izquierda o derecha. A veces se trata de la pulseada entre el poder constituido y una cierta tradición de bandolerismo expropiador y redistributivo que hunde sus raíces en lo más profundo de la historia del país.

Hoy resulta imposible no relacionar a aquel Pedrón del primer tercio del siglo pasado con uno de los personajes más peculiares de los noventa: Pedrito el Hondureño. Antiguo sargento de las fuerzas armadas de Honduras, fue reclutado por el comandante sandinista Tomás Borge antes de la caída de Somoza, cuando Borge purgaba condena en una cárcel del vecino país. Vuelto guerrillero, al triunfar la revolución en 1979 Pedrito se integró al naciente Ejército Popular Sandinista. Con el grado de mayor dirigía uno de los batallones de lucha irregular (bli), unidades que peleaban lo más crudo de la guerra enfrentando a esa mezcla de mercenarios y campesinos que fue "la contra". La leyenda dice que Pedrito, así llamado por su intimidante tamaño y su voz aflautada, aprovechaba la movilidad de su trabajo para robar ganado en Costa Rica cuando le tocaba enfrentar a los contras del sur, y venderlo en Honduras cuando el deber lo convocaba a perseguir a los contras del norte.
LA ÚLTIMA INSURRECCIÓN

Pero en ese 1993 Estelí vio sacudida su modorra provinciana por la inesperada incursión de una columna guerrillera, el Frente Revolucionario de Obreros y Campesinos (froc), que tenía como principal dirigente a Pedrito el Hondureño. Las escaramuzas entre "recompas" -grupos de desmovilizados del Ejército Popular Sandinista- y "recontras" -ex miembros de la Resistencia Nacional, o "contra"- habían dejado las montañas para situarse en la centralidad de la escena.
En 1990 los sandinistas perdieron el gobierno nacional a manos de una coalición de centroderecha encabezada por Violeta Chamorro, aunque seguían instalados, como siempre, en más de una decena de alcaldías del país, incluyendo las cabeceras departamentales de León y Estelí. Como consecuencia, algunos grupos de antiguos "contras" se creyeron con el campo libre para ajustar cuentas asesinando a militantes sandinistas que iban a buscar a la puerta de sus casas en aisladas comarcas rurales. Para parar esa vendetta, al terror se le respondió con terror. Tres años después, en el mismo Estelí, cuando los sandinistas acababan de perder una nueva elección nacional, y resucitaba el fantasma de las venganzas, un campesino sandinista me dijo, parsimoniosamente y sin el menor dejo de odio en su voz: "Cinco por uno, ésa es nuestra única defensa; nos matan uno y les matamos cinco".

El froc se salió, empero, del libreto habitual de los recompas. En lugar de continuar asaltando bancos y destacamentos policiales en pequeñas poblaciones rurales, o ejecutando ex contras de manera ejemplarizante, el froc atacó Estelí, ciudad estratégica ubicada a tres horas de Managua. El resultado fue una masacre. Doscientos guerrilleros tomaron la ciudad durante tres días, y fueron desalojados por el ejército. Cuando se veía pasar los camiones militares rumbo al teatro de operaciones se comprobaba que todos eran reclutas; los mandos temían que los soldados y oficiales más fogueados se negaran a atacar a sus ex camaradas, y prefirieron no correr el riesgo.
Esa bisoñez de la tropa salvó unas cuantas vidas de integrantes del froc que pudieron ganar la montaña a tiempo. De cualquier modo, sesenta guerrilleros sandinistas que usaban el pañuelo rojinegro atado en su brazo, entre ellos el capitán Baltodano, legendario jefe de columna en la guerra contra Somoza y jefe de un bli en la guerra de los ochenta, murieron a manos del Ejército Sandinista, que también tenía al rojo y al negro como colores distintivos por sobre los uniformes camuflados.
Para las bases del fsln en el norte fue un golpe muy duro de asimilar. Al otro día de culminados los combates, las calles de la ciudad sólo podían recorrerse en silencio: las barricadas de adoquines parecían reproducir las viejas barricadas de 1979, el hospital repleto de heridos que eran atendidos en los pasillos hacía imposible no recordar que en lengua indígena Estelí significa "río de sangre"; todo esto sumado a las paredes con pintadas que reclamaban justicia social y a las decenas de velatorios en los barrios pobres de la ciudad, era un déjà vu de los años setenta.
EL REGADÍO

Al otro día de la toma de Estelí de 1993, esa pequeña comunidad campesina había perdido su tranquilidad habitual. Ya no se veía pasar de tanto en tanto a los hombres montados a caballo que daban a El Regadío su apariencia de far west. Todas las casas estaban cerradas a cal y canto. Se palpaba el miedo. Al menos treinta de los doscientos hombres del froc eran habitantes de esa comunidad. Dos de ellos habían muerto, tres estaban malheridos en sus casas, pero la mayoría vagaban en la montaña sin querer acercarse para no comprometer a sus familias. En la casa de don René, el patriarca del lugar, reinaba un silencio de velorio. Su hijo mayor era uno de los oficiales del froc y estaba en la montaña tratando de escapar del ejército que le pisaba los talones. No era posible saber qué causaba más pesar a don René, si el riesgo que corría su hijo o la convicción que tenía de que ese hijo no podía entregarse porque, de hacerlo, sería ejecutado en el momento. A la luz de un candil se hablaba en voz baja. A veces simplemente se permanecía en silencio por un buen rato, con un tazón de café en la mano. Las mujeres de la casa ya se habían ido a dormir cuando una jauría comenzó a ladrar, repitiendo el ladrido que venía de un indefinido y alejado lugar, y que luego se repetiría más lejos todavía, como una cadena de ladridos que se fuera a extender de aldea en aldea. A don René no le extrañó el fenómeno. "Es el diablo que pasa", dijo.
ESTADOS UNIDOS Y NICARAGUA

Allí puede rastrearse también el hilo conductor del mantenimiento de gobiernos locales del fsln a pesar de sus sonadas débâcles electorales a nivel nacional. En 1996 y en 2000, los sandinistas mantuvieron las alcaldías de Ocotal y de Jalapa, aunque habían perdido en todo el resto de Nueva Segovia. En las calles de Ocotal, esa ciudad empobrecida y detenida en el tiempo que no parece ser una capital departamental, todo el mundo sabe quién fue Sandino, y en las paredes céntricas todavía están las pintadas que permiten cultivar una arqueología del sandinismo. Por desidia, por reafirmación de identidad, o por falta de dinero para blanquear las fachadas, las paredes de Ocotal muestran, aún hoy, la propaganda electoral de 1984: una silueta de Sandino en uniforme camuflado y portando un moderno fusil de guerra, junto la consigna "Contra el imperialismo, vote al fsln", tan distinta a la imagen light que vendió el sandinismo en los últimos comicios nacionales.
JALAPA

En Jalapa, Mauricio es uno de los artífices de la curiosa alianza por la cual los ex contras de la zona votan a la derecha al parlamento, pero reservan para el fsln el sufragio para elegir los cargos de alcalde y de presidente. También es una fuente inagotable de anécdotas que convierten su casa en una peña improvisada prácticamente todos los días. Una de sus historias preferidas es la de la frustrada toma de Jalapa de hace más de una década.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 20 de julio de 2005)
Etiquetas: EEUU 2006/2007, Nicaragua, Nicaragua y México
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