Factores en juego
El petróleo: Presentado como el eje del conflicto por las tesis alternativas a la razón oficialmente esgrimida por Estados Unidos (la posesión por parte de Hussein de armas de destrucción masiva), su importancia está sobrevaluada. Importa, ¿cómo podría no importar si Irak es la segunda reserva del mundo?, pero no es determinante. La reciente guerra sobre Afganistán sí fue una guerra por el petróleo. Era necesario acabar con los talibán para conjurar la progresiva islamización de las repúblicas ex soviéticas de Asia Central que éstos estaban fomentando. Esas repúblicas son poseedoras de un potencial petrolífero inexplorado aún mayor que el del Golfo, y de fuertes reservas de gas natural. Volviendo al futuro, en el día después de esta guerra sobre Irak, el control del petróleo será un objetivo alcanzado, no tanto en términos de en qué manos quedará (puede llegarse a convertir incluso en un botín incómodo), sino en términos de en qué manos dejó de estar.
El terrorismo: No tiene nada que ver con esta guerra. No hay pruebas de que Hussein brinde apoyo a Al Qaeda, así como tampoco quedó meridianamente probado que dicha red sea mucho más que una construcción virtual. No ha habido atentados de significación después del efectuado contra las Torres Gemelas y el Pentágono, y una organización de la potencia que se le atribuye, debería haber podido contraatacar con fiereza en la retaguardia estadounidense mientras las bombas caían sobre las cuevas de Tora Bora. Es probable que los ataques contra Nueva York hayan sido la obra puntual y única de “terroristas free-lance” con la intención de generar un fuerte efecto simbólico con su ejemplo, más que un primer eslabón de una cadena cuidadosamente planificada. La inexistencia de acciones similares luego del 11 de setiembre parece confirmar dicha presunción.
La religión: Si algún sector del gobierno de Estados Unidos hubiera querido llevar confusión y división al seno del difuso y multifacético bloque islámico, por considerar que su trabajosa unidad es una amenaza para la seguridad estadounidense, no podría haber elegido mejor vehículo que Irak. Los principales problemas de Hussein no son con occidente sino con otros musulmanes. El líder iraquí parte las aguas en la principal línea divisoria del islamismo, esa que separa a sunníes de chiitas. Saddam detenta el poder junto con una minoría sunní, a pesar de que más del sesenta por ciento de los iraquíes pertenecen al otro bando. Los chiitas, que ya gobiernan el vecino Irán, son musulmanes integristas; creen que la religión debe estar integrada con la política, por lo que el Estado debe regirse por principios teológicos. Atacando a Hussein, se deja a los chiitas -de Irak y de Irán- en una posición incómoda: Estados Unidos, “el gran Satán”, pasa a ser una suerte de libertador. Además se quita del congelador el tema kurdo, otro asunto en el que todos los bandos enfrentados son musulmanes. Si la cuestión palestina (conflicto esencial de la relación entre el mundo islámico y occidente de los años de la Guerra Fría), era una amalgama para el variopinto bloque musulmán, el tema iraquí puede ser el disolvente que debilite aquellos lazos tan inestablemente construídos.
==Segunda parte de cuatro
* 1- El discreto encanto de la confusión
* 3- Actores ¿secundarios?
* 4- Karma para armar
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 28 de marzo de 2003)
El terrorismo: No tiene nada que ver con esta guerra. No hay pruebas de que Hussein brinde apoyo a Al Qaeda, así como tampoco quedó meridianamente probado que dicha red sea mucho más que una construcción virtual. No ha habido atentados de significación después del efectuado contra las Torres Gemelas y el Pentágono, y una organización de la potencia que se le atribuye, debería haber podido contraatacar con fiereza en la retaguardia estadounidense mientras las bombas caían sobre las cuevas de Tora Bora. Es probable que los ataques contra Nueva York hayan sido la obra puntual y única de “terroristas free-lance” con la intención de generar un fuerte efecto simbólico con su ejemplo, más que un primer eslabón de una cadena cuidadosamente planificada. La inexistencia de acciones similares luego del 11 de setiembre parece confirmar dicha presunción.
La religión: Si algún sector del gobierno de Estados Unidos hubiera querido llevar confusión y división al seno del difuso y multifacético bloque islámico, por considerar que su trabajosa unidad es una amenaza para la seguridad estadounidense, no podría haber elegido mejor vehículo que Irak. Los principales problemas de Hussein no son con occidente sino con otros musulmanes. El líder iraquí parte las aguas en la principal línea divisoria del islamismo, esa que separa a sunníes de chiitas. Saddam detenta el poder junto con una minoría sunní, a pesar de que más del sesenta por ciento de los iraquíes pertenecen al otro bando. Los chiitas, que ya gobiernan el vecino Irán, son musulmanes integristas; creen que la religión debe estar integrada con la política, por lo que el Estado debe regirse por principios teológicos. Atacando a Hussein, se deja a los chiitas -de Irak y de Irán- en una posición incómoda: Estados Unidos, “el gran Satán”, pasa a ser una suerte de libertador. Además se quita del congelador el tema kurdo, otro asunto en el que todos los bandos enfrentados son musulmanes. Si la cuestión palestina (conflicto esencial de la relación entre el mundo islámico y occidente de los años de la Guerra Fría), era una amalgama para el variopinto bloque musulmán, el tema iraquí puede ser el disolvente que debilite aquellos lazos tan inestablemente construídos.
==Segunda parte de cuatro
* 1- El discreto encanto de la confusión
* 3- Actores ¿secundarios?
* 4- Karma para armar
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 28 de marzo de 2003)
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