29 diciembre 2002

Nigeria: el riesgo del glamour

No hay episodios que tengan una única lectura. Cuando se los narra, es sabido, nunca se transmite un hecho desnudo sino una construcción mediada acerca de lo ocurrido. Del mismo modo, el lector hace una decodificación en la que pone en juego sus valores, su información previa sobre el tema, y hasta su estado de humor circunstancial. Esto, que es cierto para todo mensaje que tenga un poco más de complejidad que una señal de tránsito, lo es mucho más para la información internacional. Quien la recibe tiene pocas posibilidades de contrastarla por sus propios medios, en general no dispone del mismo background que para una noticia doméstica y, sobre todo, su sistema de valores puede no coincidir con la escala de valores que se puso en juego por parte de los protagonistas del episodio.

Lo que estos días está ocurriendo en Nigeria tensan hasta el extremo esta relación siempre difícil entre lo que realmente ocurre y el producto cultural mediado que es una información. Estamos hablando de Nigeria, un país que apenas está saliendo de un largo gobierno militar, habitado por 250 grupos étnicos –lo que se traduce, por ejemplo, en decenas de formas distintas de ver la realidad- que desde el año 2000 tiene a sus provincias del norte viviendo bajo la sharia, la estricta ley islámica, y al resto del país en un régimen laico. Cualquier suceso que tenga por escenario su territorio será complejo de analizar, mucho más si tiene alguna vinculación con el clivaje religioso que enfrenta a musulmanes y cristianos.

En una descripción superficial y “ascéptica” de los hechos, puede decirse que se produjo una sangrienta revuelta musulmana, que decenas de cristianos fueron asesinados, y que la chispa del incendio fue un artículo de un medio local que defendía la realización en el país del certamen de belleza Miss Mundo. En consecuencia, las concursantes fueron embarcadas rumbo a Londres, nueva sede del evento internacional, y la autora del artículo de la discordia debió refugiarse en Estados Unidos luego de ser condenada a muerte por uno de los gobiernos provinciales del norte de Nigeria que viven de acuerdo con la sharia. La articulista había defendido la realización de Miss Mundo en el país, argumentando que si el Profeta Mahoma viviera, seguramente elegiría una nueva esposa entre las aspirantes al cetro.
Una línea de interpretación posible insistirá en la intolerancia islamista radical, pero lo matizará diferenciando el islam tolerante que profesan la mayoría de las naciones musulmanas, del fundamentalismo de unas pocas. Otra línea de análisis, se afiliará a la tesis de la escritora pakistaní Taslima Nasrin, actualmente condenada a muerte por un tribunal religioso disconforme con su novela “Vergüenza”, la cual considera que la intolerancia y el fanatismo son consecuencia inevitable del mundo islámico.

Los hechos de Nigeria, sin embargo, pueden leerse también desde otra óptica, preguntándose sobre cómo a alguien pudo ocurrírsele realizar la edición 2002 de Miss Mundo en una Nigeria con una alta volatilidad religiosa. O al menos, sin pretender un exceso de detalle en el conocimiento de la realidad africana por parte de los entreperneurs del negocio de los certámenes de belleza, preguntarse si haber fijado como sede del glamour a un país con el grado de exclusión social que tiene Nigeria (no hablemos de pobreza, ya que desde el punto de vista de los recursos naturales Nigeria es un país rico), no es una broma de mal gusto.
Sea como sea, resulta lógico inferir que ni el concurso ni el artículo de la periodista Isiome Daniel fueron más que una excusa que alguien aprovechó para ajustar cuentas en el marco de una situación pre-existente. Un grupo de muchachas en traje de baño recorriendo una pasarela no pueden tener la culpa de que se cuelgue un neumático del cuello de un cristiano atado de pies y manos, se lo empape con nafta, y se le arrime un fósforo.


(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 29 de diciembre de 2002)

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