El bonzo y el maratonista

Pero su vida no sólo estuvo marcada por el deporte. Zátopek era Coronel del Ejército Checoslovaco al momento de la invasión de los tanques soviéticos ocurrida en 1968. Y se opuso. En castigo, un año más tarde, durante el llamado período de normalización que siguió a la aplastada Primavera de Praga, fue purgado de las filas militares y obligado a trabajar en una mina. Luego de eso, Zátopek pagó el precio de ser Zátopek. Se esperaba que la Locomotora Humana soportara las penurias del trabajo forzado demostrando la misma resistencia con la que había superado los 42 kilómetros de la maratón que le llevaron el oro olímpico. Pero una cosa es una pista de atletismo y otra muy distinta el socavón de una mina. Entonces Zátopek hizo lo que hicieron muchos otros en su lugar: se retractó. La diferencia estaba en que un ciudadano común podía retractarse sin que todo un país se enterara de su flaqueza. Pero Zátopek no era un ciudadano común.

A pesar de esta suerte de rehabilitación, probablemente Zátopek nunca llegará a tener una plaza céntrica con su nombre. Sí la tiene Jan Palach. Es una plaza amplia e inhóspita, sobre el malecón que bordea el río Voltava, rodeada por los rieles de varias líneas de tranvías, lo que hace más difícil llegar a ella. Tiene a su favor que está situada frente a dos facultades y una sala de conciertos, lo que le da una atmósfera más joven y auténtica que si estuviera en el corazón turístico de la ciudad. Una decisión acertada ya que Jan Palach era un joven. Fue una de las pocas víctimas mortales en las protestas contra el comunismo en la República Checa. A imagen y semejanza de los monjes budistas que se inmolaban contra la guerra de Vietnam, Jan Palach empapó su cuerpo con combustible y se prendió fuego para marcar con su muerte al régimen comunista.

Los jóvenes checos de hoy parecen sentirse más cómodos con otro tipo de héroes. Lo demuestran los miles de velas que se encienden cada mes de noviembre en el pequeño pasaje techado de la Avenida Nacional que recuerda la llamada "Masacre de 1989"; una masacre sin muertos. Una placa con manos extendidas rememora el lugar donde la policía cargó contra los manifestantes que exigían libertades civiles y elecciones democráticas, hiriendo a varios de ellos. Esa es también una ruptura. A su modo, el autosacrificio de Palach es la continuidad con uno de los símbolos de la cultura comunista: el culto al martirio. A su modo, la ausencia de muertos en la "Masacre de 1989" es una ruptura más radical con el pasado.
PS: Zatopek murió a los 78 años.
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 12 de octubre de 2001)
Etiquetas: Crónicas, Detrás del muro, Europa del Este, R.Checa
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