08 octubre 2010

Mil y una realidades: entrevista con la arabista Gema Martín Muñoz

Aunque desde Occidente se lo suele mirar como un todo uniforme, el mundo árabe e islámico es un mosaico de sociedades muy diferentes entre sí. En esta entrevista, la directora de Casa Árabe, Gema Martín Muñoz, se refiere a cómo se están transformando varios de esos países y cómo las mujeres son un actor central en ese proceso de cambios. La demografía como arma de resistencia en Palestina, la tensión entre la población urbana y las familias rurales, la polémica por el velo que se está viviendo en Europa, son algunos de los temas abordados.

UNA MUJER CUBIERTA de pies a cabeza con una niqab, el velo integral negro, pasea por la explanada de las Torres Petronas de Kuala Lumpur, en Malasia. A su lado camina su esposo, en bermudas y remera de manga corta. Sin embargo, unas cuadras más lejos, en los alrededores de la Mezquita India, casi nadie usa la niqab y las tiendas ofrecen el velo “moderno”, el hiyab, que no es otra cosa que un pañuelo para la cabeza que deja el rostro al descubierto. Pero ni siquiera ese velo es usado por todas las mujeres. En el metro de Kuala Lumpur, un original sistema de transporte elevado que da a la ciudad un aire futurista, la mayor parte de las jóvenes visten al estilo occidental.
Pero ese es sólo uno de los países del mundo islámico. Se mire hacia donde se mire en el planisferio de las sociedades con una mayoría de población musulmana, lo que se encontrará será diverso e imposible de uniformizar. Desde el mundo rural y socialmente atrasado de Yemen hasta una Turquía con un pie en la Unión Europea. O Irán, con la sociedad civil que todavía tiene en la memoria la primavera reformista del cambio de siglo. O Irak y Palestina, donde la transformación social está en segundo plano ante las necesidades que impone la resistencia. Para no mencionar el abismo que separa Somalia de los estados petroleros del Golfo.

GMM—La aproximación que se suele tener sobre la situación de las mujeres en el mundo árabe islámico, un tema tan omnipresente en nuestras sociedades, queda encapsulada en una visión muy esencialista sobre lo que el islam establece acerca de la mujer, como si esas mujeres no fueran individuos con capacidad de transformación y voluntad de cambio en sus sociedades.
—Y como si los países no fueran diferentes entre sí.
—Exacto. Además, se ve la realidad como si el islam tuviese a las mujeres ancladas en el tiempo, cuando el islam, como todas las otras religiones, tiene capacidad de ir absorbiendo los cambios sociales. Porque en esos países ha habido unas transformaciones demográficas y socioeconómicas muy importantes, de largo alcance. Las estructuras patriarcales en el seno de la familia se han ido modificando y desgastando, y las mujeres están asumiendo un papel distinto. Se detecta que la edad del matrimonio se está retrasando porque la realización de estudios superiores y el desarrollo profesional se están convirtiendo en uno de los objetivos fundamentales. También que los matrimonios pactados se van debilitando a favor de la libre elección. Todo esto va cambiando el papel de la mujer en el seno de la familia, pero también como ciudadana en la esfera pública. En general en los países árabes e islámicos –porque hay que integrar también a Turquía e Irán, que no son árabes pero están en la zona islámica y de Oriente Medio– las mujeres han entrado con fuerza en el sistema educativo y en el sistema laboral. El modelo de familia ampliada, en el que varias generaciones viven juntas en la casa grande, es un modelo en decadencia a favor de la familia nuclear, compuesta por el matrimonio y los hijos. Se trata de transformaciones que van a ritmos distintos según los países y, como nos ha ocurrido a todos, con las tensiones entre lo que cambia y lo que quiere permanecer. Esto implica que se viven muchas realidades, pero se está imponiendo el cambio, lo están imponiendo las sociedades al margen de los procesos jurídicos, ya que la evolución de la sociedad es más rápida que la de las leyes.
—Eso pasa también en Occidente.
—También. Lo mismo pasó en España a la salida del franquismo. La sociedad ya había cambiado y las leyes iban décadas por detrás. Es importante entender que no es un proceso distinto al que hemos vivido en las sociedades occidentales. Lo que ocurre es que se está dando a otro ritmo.
—¿Se cambia más fácil en una sociedad laica que en otra con un componente religioso tan fuerte?
—No necesariamente, porque si recordamos la experiencia española, la consolidación de los cambios tuvo lugar en las últimas décadas del franquismo, que era un régimen ultra religioso. Había normas patriarcales muy sacralizadas por la religión católica, y aun así las cambiamos. En el mundo árabe se está viviendo algo similar, evidentemente con actores interesados en que nada cambie.
—Actores de peso.
—Muy poderosos, claro. Pero hay otros que son los actores del cambio. Las mujeres árabes no están cruzadas de brazos. Están modificando su estatuto de derechos y de presencia en la esfera pública, pero evidentemente a ritmos distintos y con tensiones inevitables. Siguen perviviendo una serie de conceptos como la virginidad antes del matrimonio y sigue habiendo fuertes sectores inmovilistas. Además, no es lo mismo lo que puede vivir una mujer de ciudad que haya logrado estudios universitarios, y por lo tanto puede empezar a desarrollar una vida profesional, que lo que vive una mujer en un ámbito rural donde no tiene tantas posibilidades de acceso a la educación. Está todo en movimiento, con un dinamismo enorme, al contrario de lo que solemos percibir.

EL CASO IRANÍ

—También ha habido retrocesos, por ejemplo en 2005 con la llegada al poder de Mahmud Ahmadineyad en Irán, terminando con aquella “primavera reformista” que había tenido a las mujeres y los jóvenes como parte importantísima de la base electoral de Muhammad Jatami (foto).
—Desde el punto de vista de los gobiernos, en efecto, la actitud más liberal o más proclive al inmovilismo de los que tienen el poder marca que las reformas puedan ir acompañando el cambio social o, al contrario, ponerle más trabas. Es cierto que ahí se perdió una gran oportunidad. Las dos legislaturas del gobierno de Jatami (1997-2005) fueron un momento de impulso de una reforma que había despertado grandes expectativas. Había un sistema político que sin hacer reformas radicales tenía una actitud más proclive al cambio, siempre con una sociedad que va muy por delante del sistema político. Con Ahmadineyad ese proceso y ese espíritu de tolerancia ha dado marcha atrás y se ha bloqueado. No por eso debemos perder de vista que los dos grandes actores del cambio en la sociedad iraní, que son los los jóvenes y las mujeres, siguen existiendo, aunque tienen más dificultades para actuar.
—¿A qué atribuye el ascenso de Ahmadineyad?
—Como en todos los procesos políticos hay varios factores. Las expectativas de cambio que generó Jatami se vieron un poco defraudadas, porque para muchos no llegó a cambiar lo suficiente. Y cuando generas una ilusión enorme, la decepción es proporcionalmente grande. Junto a eso, la vieja guardia del sistema que se identifica con Ahmadineyad, con mucha fuerza en el aparato del Estado, jugó la carta populista de subvencionar a los sectores más desamparados en un momento en que la crisis económica era muy fuerte. Eran sectores que no formaban parte de la elite reformista.
—Ahmadineyad basó su campaña en visitas a los barrios más pobres.
-—Se hizo con un nicho electoral muy importante, que si lo sumas a que el nicho reformista, desilusionado, castigó a Jatami con la abstensión o con el voto a sectores más minoritarios, más reformistas que Jatami pero que no podían ganar la elección, entonces ocurrió el resultado que ocurrió.
—Tampoco era bueno el candidato que se había elegido como sucesor de Jatami.
—Tenía muy poco carisma. El sistema político iraní tiene elementos muy homologables a los sistemas políticos internacionales, e impide al presidente presentarse más de dos mandatos. Por eso perder también al líder carismático y no tener a un claro sucesor, generó problemas. Hubo otro componente importante que fue que la comunidad internacional, el mundo occidental, a lo mejor no supo percibir bien la gran importancia de Jatami y darle un apoyo mucho más contundente.
—Mientras él estaba impulsando las reformas, Occidente lo estaba colocando en el “eje del mal”.
—Claro, y cuando se dieron cuenta ya casi habían perdido al actor reformista. Faltó más reflejo internacional.

IRAK, YEMEN Y PALESTINA

—Se ha dicho que las tres sociedades islámicas donde la situación de la mujer es más difícil son Irak, los territorios palestinos y Yemen. No parece casual.
—Yemen, más allá de que ha encontrado petróleo recientemente, ha tenido durante toda su historia contemporánea uno de los índices de pobreza más altos del mundo, además de que tuvo una larga guerra que luego lo dividió entre norte y sur, lo que tampoco le permitió el sosiego de llevar a cabo una política de desarrollo. Esto ha traído consigo situaciones de extrema pobreza y muy poca urbanización, que propiciaron el mantenimiento de estructuras sociales de protección solidaria, lo cual, lejos de potenciar el cambio, lo bloquea. En los casos de Irak y de Palestina estamos hablando de sociedades inmersas en un enorme conflicto, lo que quiebra completamente la dinámica de evolución de una sociedad. Por el contrario la familia, la gran familia, se convierte en una especie de refugio solidario para sobrevivir en el día a día, haciendo pervivir mucho más las estructuras arcaicas patriarcales. Prevalece la supervivencia antes que el cambio social.
—En Palestina también se da la situación de que movimientos como Hamas están impulsando que las familias tengan más hijos, como un elemento de resistencia demográfica.
—Ante las características de este conflicto, que es una guerra por territorio, claramente la demografía ha sido un arma de supervivencia para los palestinos. En tanto que exista una población demográficamente importante en los territorios ocupados, en Gaza y en Cisjordania, se garantiza la existencia de la identidad palestina. No es una política específica de Hamas ni de este conflicto, la demografía siempre se convierte en un arma de los pueblos. Si bien la reducción del número de hijos es parte de los cambios, en estos casos, como Palestina o Irak, las prioridades son otras.
—Aquella diferenciación que hacía Lenin entre la contradicción principal y las contradicciones secundarias.
—Es que son realidades en las que primero hay que resolver el conflicto, y luego, cuando ya las sociedades puedan llevar una vida normalizada y pacífica, el cambio existirá.

EL VELO

—Cuando se habla de la situación de la mujer en el mundo árabe e islámico surge como una constante el tema del velo. Sophie Bessis, que fue su coeditora en el libro Mujer y familia en las sociedades árabes actuales, hablaba de que no se podía asociar de manera automática el velo a la sumisión de la mujer, ya que muchas veces era también una forma de expresar su identidad. Sin embargo en otro libro, que se titulaba Abajo el velo, la escritora iraní Chahdortt Djavann calificaba al velo como imposición, casi como una tortura. ¿Qué opina de esas miradas tan opuestas?
—Sinceramente yo creo que a la cuestión ésta del velo a veces le damos más importancia de la que tiene, es un tema fetiche que tenemos en el mundo occidental. Hay que tener en cuenta que estamos ante realidades muy distintas y muy diversas, por lo que nunca tenemos que hacer una única lectura para todas. No todos son uno en el mundo árabe islámico. Todo lo contrario. A diferencia de lo que solemos pensar, hay realidades y contextos muy diferentes. La diferencia fundamental es entre aquellos lugares donde el velo es voluntario, y aquellos donde el velo es obligatorio. Donde es obligatorio se le está restringiendo a la mujer el derecho a la libertad en su forma de vestir. Pero prohibir el velo es tan antidemocrático como eso, porque a la mujer se le está arrebatando la misma libertad, que es su derecho a elegir la prenda de vestir que quiera.
—¿Qué ocurre en un país donde no es obligatorio por ley llevar el velo, pero la mujer se ve obligada a llevarlo por imposición de su familia?
—Vamos a ver…, los estados democráticos lo que tienen que hacer es legislar para la mayoría, y preservar derechos. Luego, evidentemente, como ocurre, pero no solamente en el caso del velo en una familia musulmana, sino en otros casos…
—… por ejemplo una familia occidental en la que el esposo considera que su mujer lleva una falda demasiado corta.
—Exacto. Hay casos patriarcales en familias no musulmanas donde se sigue imponiendo la autoridad del hombre. Con el velo habrá un porcentaje de mujeres que por imposición familiar o conyugal sean obligadas a llevar el velo, pero lo que nos están diciendo todos los estudios empíricos es que, hoy en día, sobre todo para la generación más joven, hay un porcentaje cada vez más grande de mujeres que se lo ponen voluntariamente. Que se lo ponen sin renunciar a una forma de vida moderna, a la reivindicación de sus derechos a trabajar, a ocupar el espacio público, a estudiar, a tener la tutela de los hijos, etcétera. La cosa es mucho más compleja y más transversal, y la divisoria en absoluto está en “mujer sin velo, mujer moderna” opuesta a “mujer con velo, mujer sumisa y oprimida”. El velo atraviesa tanto la modernidad como el tradicionalismo. Debe tenerse en cuenta que el velo ultramayoritario que encontramos no solamente en el mundo árabe islámico sino también entre los ciudadanos musulmanes que viven en Occidente es el que se denomina hiyab, que es el pañuelo en la cabeza. Un pañuelo que no plantea ni siquiera el debate jurídico sobre dejar la cara al descubierto, porque es sólo un pañuelo en la cabeza. Al que no le gusta ese velo es porque tiene un problema de discriminación ante la libertad de la mujer, ya sea de ponerse un pañuelo o una minifalda.
—¿Qué pasa con el velo integral?
—Lo primerísimo que hay que decir del velo integral, la niqab, es que es ultraminoritario en las sociedades occidentales donde ha surgido el debate sobre su prohibición. Estamos generando una discusión social inmensa sobre una cosa que prácticamente no existe en nuestras sociedades. Son debates, además, que los están introduciendo los actores políticos más populistas (incluida la extrema derecha, que en Europa viene creciendo), en su estrategia de satanización y estigmatización de los musulmanes que viven en nuestros países. Quieren echarlos. Parece que el velo integral fuera la realidad dominante cuando la mayoría de las mujeres musulmanas que viven en nuestros países ni usan ese velo integral ni están de acuerdo con usarlo. Estamos hablando de dos mil o tres mil mujeres que usan niqab en 15 millones de musulmanes. En el caso de este puñado de mujeres la ley ya está, no hay que hacer legislaciones selectivas, nuestros países reglamentan que en una serie de circunstancias administrativas, penales, policiales, etcétera, nadie puede ir con la cara cubierta, se trate de un velo integral, un casco, o un pasamontañas.

VIEJOS Y NUEVOS FANATISMOS

—Usted vino a Montevideo a presentar una película sobre un proceso de expulsión ocurrido hace varios siglos.
—Es un largometraje que hemos elaborado en Casa Árabe, una institución española que dirijo y que ha sido creada a iniciativa del Ministerio de Asuntos Exteriores para trabajar a favor de las relaciones entre las sociedades y los pueblos. La película es un ejercicio de recuperación de memoria histórica, pero en el sentido de que, de aquello que hicieron nuestros antepasados, los responsables son ellos, no nosotros. No soy partidaria de estar todo el día dándonos latigazos diciendo “qué malos fuimos los españoles en el pasado”. No. Todos los estados, todas las naciones, tienen páginas poco loables en su historia. Una de esas páginas de nuestra historia supuso, en el siglo XVII, la expulsión masiva de 300 mil españoles moriscos que eran los herederos de la cultura árabe islámica de Al Andalus. Como se sabe, primero, en 1492, se expulsó a los judíos, y después, en otro ejercicio de intolerancia y fanatismo, se expulsó a los moriscos. Fueron deportados forzosamente y abandonados en las costas del norte de África. Hay que conocer cómo ocurrió y por qué ocurrió para hacer la lectura actual, en el sentido de que no podemos permitir que se desarrollen en nuestras sociedades tendencias fuertes y poderosas que sean racistas, excluyentes, que no admiten la diversidad cultural y religiosa. No sólo porque se genera un daño enorme a todo un colectivo, sino porque quienes ganan son los más radicales. En el mundo occidental se está elaborando un discurso de islamofobia que es racista porque es contra todo el colectivo de los musulmanes, a los que se estigmatiza por el hecho de ser musulmanes. No es la reacción contra una serie de individuos, de personas concretas, que además de pertenecer a la religión musulmana han cometido hechos como los atentados del 11 de setiembre de 2001. De esos actos son responsables los individuos que los cometieron, por más que se proclamen los que tienen a Dios de su parte. No debemos extender el estereotipo y el castigo a la comunidad musulmana simplemente porque es la misma religión a la que pertenecen esos delincuentes y esos terroristas. Esta película quiere llamar la atención sobre cómo se crean esas estigmatizaciones colectivas globales, cómo con eso permitimos que ganen las ideologías más fanáticas, y qué consecuencias dramáticas tiene esto.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 8 de octubre de 2010)

Etiquetas: , , ,