27 mayo 2008

El acorazado Putinkin

La preocupación por una inusual demostración de fuerza rusa en el aniversario de la victoria soviética contra los nazis, la guerra cada vez menos fría contra Georgia, las pruebas de misiles en Crimea y el rumor de una base militar que Moscú instalaría en Serbia, calentaron los días previos a la toma de mando del sucesor de Putin.

Los años en que Rusia se lamía las heridas por la debacle soviética son cosa del pasado. La era de Vladimir Putin trajo consigo la recuperación de la impronta de potencia. El precio que debieron pagar no fue barato. La ilusión de una vida democrática al estilo occidental se esfumó casi tan de prisa como perdieron su brillo las cuentas de colores de un desarrollo con equidad. La mano dura contra los separatismos, el entronizamiento de un partido hegemónico, las sospechas de que el poder (político o económico) habría estado detrás de crímenes como el de la periodista Anna Polytkóvskaya mancharon la alfombra roja del nuevo zar casi tanto como las dudas acerca del verdadero poder de los grupos económicos y las mafias.
Sin embargo, en los números de la macroeconomía y en política exterior, la actuación de Putin les ha devuelto a los rusos parte del orgullo perdido. Aprovechando el debilitamiento de la hegemonía estadounidense empantanada en Irak y manejando con habilidad el arte de abrir o cerrar la canilla del gas para una Europa dependiente, Moscú ha logrado frenar el avance occidental que acorralaba su espacio de influencia, y se ha constituido en el principal escollo militante contra el unilateralismo (el escollo real sigue siendo China, de perfil mucho más bajo pero de peso político indudablemente mayor).

Ahora los titulares se concentran en el traspaso de poder ocurrido el jueves 8, deteniéndose en detalles propios de serie de tevé cable, tales como el cuidado de Putin para elegir el delfín entre los políticos jóvenes crecidos a su sombra, y sobre todo en las prevenciones que no dejó de tomar –por si al delfín le aparecieran en algún momento dientes de tiburón– reservando para sí el lugar de primer ministro y el control del partido Rusia Unida.

Esos detalles de Kremlin adentro se acompañarán, seguramente, con fotografías del despliegue militar en recuerdo de mayo del 45, cuando el Ejército Rojo dio el tiro de gracia a la Alemania nazi. Sin embargo hay otras imágenes, tomadas en los bordes del mapa, que tal vez sean más adecuadas para ilustrar la verdadera demostración de fuerza rusa que está ocurriendo en estos días. El desfile de Moscú es sólo la superficie. El verdadero paso de ganso es el que se está dando en la frontera misma con Occidente. Puede ser la imagen que acompaña esta nota, con la muchacha de rojo acomodándose el pilot frente al monumento soviético. Esa escena cotidiana, que transcurre como si no hubiera razón para tomar en cuenta el telón de fondo, ocurre en Ucrania. Fue ése, precisamente, uno de los países cuyo ingreso a la Alianza Atlántica (otan) fue vetado por Rusia el mes pasado. El otro país que debió suspender sus pretenciones de volverse aliado militar formal de Occidente es Georgia. La convivencia con los monumentos ha sido mucho más compleja en tierras georgianas.

Ahora los tambores de guerra vuelven a sonar y no se trata de un desfile. Abjasia es una zona separatista de Georgia. Los abjasos tienen la protección de Rusia y un ejército propio, y funcionan, de facto, como un país. No sólo eso: han llegado incluso a ofrecer a las fuerzas armadas rusas la ocupación del territorio rebelde. Moscú declinó el ofrecimiento, pero sigue apoyando a los abjasos a pesar de las concentraciones de tropas georgianas que buscarían retomar el control de la república autónoma.

Es como un Kosovo al revés. Si allá los rusos bloquean a los independentistas, acá parecen fomentarlos. La diferencia podría deberse a que en Abjasia tienen tropas (aunque estén cumpliendo una tal vez paradójica función de cuerpo de paz), mientras que en los Balcanes no. Esa situación está a meses de cambiar y los rusos podrían tener presencia militar en las dos zonas más calientes de su relación con la otan. Informes de prensa indican que si los nacionalistas triunfan en las elecciones parlamentarias serbias de este domingo (las encuestas les dan la delantera) no sólo revisarán los últimos avances de acercamiento serbio con la Unión Europea, sino que también le ofrecerán a Rusia que instale una base militar en su territorio. Muy cerca de Kosovo, seguramente. Es decir, muy cerca de las tropas de la otan, también ellas en paradójica misión de paz en tierras kosovares. Los dos frentes más inflamables de la última década del siglo pasado, el Cáucaso y los Balcanes, vuelven a calentarse. Rusia tensa la cuerda ejerciendo su recuperado rol de potencia y con la tranquilidad de saber que Estados Unidos está con la cabeza en otra cosa.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 9 de mayo de 2008)

Etiquetas: