26 enero 2007

Eyüp: la fantasía de otro

Abajo, en el corazón del barrio, está la mezquita. A su alrededor creció todo lo demás. Desde el momento en que uno de los hombres de confianza de Mahoma se hizo enterrar en el lugar, muchos religiosos lo han elegido como última morada. Y en consecuencia fue creciendo su carácter sagrado para los musulmanes. El cuidador de la mezquita tiene solamente una obsesión: que las mujeres se cubran cualquier parte del cuerpo que pueda resultar ofensiva para su idea de lo que debe ser un recinto de oración. Cuando lo logra, permite sin problemas que los forasteros deambulen por el lugar.

A principios del siglo pasado no era tan fácil para los occidentales adentrarse a través de la puerta cancel. En Supremas visiones de Oriente, denostado libro de memorias de Pierre Loti, el escritor francés se disfraza de turco para poder entrar a “los silenciosos patios de la mezquita de Eyüp, el lugar más sagrado de Constantinopla, y el único que les está vedado aún, rigurosamente, a los extranjeros”. Hoy cualquier visitante puede ver sin tantas restricciones lo mismo que entonces observó Loti “a través de la reja de bronce cincelado de una de las ventanas” que separa a los fieles del “gran catafalco cubierto de seda recamada de oro pálido y coronado por un enorme turbante”.

Lo pintoresco y lo místico

Las descripciones de Pierre Loti (foto) estaban empapadas de eso que a Orhan Pamuk más le molesta de Eyüp, un barrio con el que tiene una relación de amor-odio, al que escapaba en días de rabona pero al que no puede aceptar como plenamente estambulí. “Eyüp es tan perfecto como ilusión de lo encerrado en sí mismo, lo ‘oriental’, lo misterioso, lo religioso, lo pintoresco y lo místico, que me da la impresión de ser la fantasía oriental de otro adaptada a Estambul, una especie de Disneylandia turco-oriental-musulmana”, constata Pamuk en su libro Estambul.

En efecto, la impresión que deja cuando se lo visita es la de ser una imagen de lo que un occidental espera de Turquía. Pero tiene también otros rostros. Además de las mezquitas y el cementerio, Eyüp está sembrado de estructuras fabriles. Varias de estas naves están varadas y en pleno deterioro. Las menos han sido recicladas para propósitos culturales. Tal vez ese eco industrial hace que el sitio mantenga un cierto aire proletario, lo que sumado a su topografía hace pensar en el Cerro de Montevideo. Entre las calles de la zona llana de Eyüp es posible encontrar rastros de ese tipo de ritmo de vida que los ojos extranjeros suelen asociar con la autenticidad: ausencia de tiendas de recuerdos, gente en las esquinas que mira con curiosidad al visitante, restoranes y cafés poblados de clientes autóctonos.

Todo lo contrario a lo que sucede algo más arriba, en la colina, aunque sigamos en el mismo barrio. Más arriba está el lugar en que vivía Pierre Loti. Su casa es actualmente una cafetería para turistas con una espléndida vista sobre la ciudad, en la que además de tomar café a la turca se puede comprar desde postales hasta corbatas de seda con la grifa Pierre Loti. Un café-museo en cuyas mesas cubiertas de azulejos turquesa puede apoyarse, como antídoto, un ejemplar de Estambul y seguir leyendo a Pamuk: “ese maravilloso sueño oriental, que por su autenticidad tanto le gustó a Pierre Loti, hasta el punto de comprarse una casa e instalarse allí, a mí siempre me ha resultado repulsivo por su perfección sin adulterar”.

Un cristal diferente

Otros escritores turcos tienen una relación menos problemática con el barrio. Tal es el caso de Ilhan Berk (foto), un poeta activo en la segunda mitad del siglo pasado, del que se conoce una antología en español traducida por Clara Janés y editada por Visor. Traductor de Rimbaud y permanente innovador del lenguaje poético en lengua turca, Berk hace de la ciudad un personaje permanente de sus textos. También para Berk, Eyüp es sinónimo de autenticidad. Aunque se trate de una forma diferente que la que evoca Loti con la misma palabra. Berk no llegó a Eyüp como escala o estación de destino de una vida trashumante, como ocurrió con Loti. Para Berk, Eyüp es la autenticidad de lo cotidiano. De lo que estaba ahí. La misma pureza, pero sin que la filtre el cristal del exotismo. Un lugar al que Berk puede volver de manera recurrente y decir, “mirando con mis veintiséis años de entonces”, en uno de sus poemas más intensos:

“Y miro a Eyüp. Allí el agua parece agua.
Una casa parece una casa. Una hoja una hoja.
Y un papel y un árbol dibujan en torno la noche
delicadamente”.

Aunque el sitio que mira Berk se llame igual que el que sedujo a Loti, e incluso igual que ese que tanto molesta a Pamuk, es un sitio completamente distinto. Ante esos múltiples rostros de Eyüp, Pamuk se pregunta por qué es que “ese pequeño y maravilloso barrio al final del Cuerno de Oro” encanta y “satisface a todo el mundo”.

Pero el flamante Nobel no encuentra respuestas. “¿Puede ser porque se encuentra extramuros y por lo tanto carece de influencia Bizantina y de las capas de confusión que contiene el resto de la ciudad? ¿O por la mezcla de hermosos cementerios, árboles y casas? ¿Porque la noche llega pronto a causa de las altas colinas? ¿O es que Eyüp se mantiene lejos de la enormidad de Estambul y de su poderosa y enérgica confusión –de esa fuerza que incluye hasta la basura, el óxido, el humo, la suciedad y las grietas, fisuras, restos y ruinas- porque allí todo, hasta sus medidas arquitectónicas, se ha mantenido diminuto con una humildad religiosa y mística?”

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 26 de enero de 2007)

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