Eyüp: la fantasía de otro

A principios del siglo pasado no era tan fácil para los occidentales adentrarse a través de la puerta cancel. En Supremas visiones de Oriente, denostado libro de memorias de Pierre Loti, el escritor francés se disfraza de turco para poder entrar a “los silenciosos patios de la mezquita de Eyüp, el lugar más sagrado de Constantinopla, y el único que les está vedado aún, rigurosamente, a los extranjeros”. Hoy cualquier visitante puede ver sin tantas restricciones lo mismo que entonces observó Loti “a través de la reja de bronce cincelado de una de las ventanas” que separa a los fieles del “gran catafalco cubierto de seda recamada de oro pálido y coronado por un enorme turbante”.
Lo pintoresco y lo místico

En efecto, la impresión que deja cuando se lo visita es la de ser una imagen de lo que un occidental espera de Turquía. Pero tiene también otros rostros. Además de las mezquitas y el cementerio, Eyüp está sembrado de estructuras fabriles. Varias de estas naves están varadas y en pleno deterioro. Las menos han sido recicladas para propósitos culturales. Tal vez ese eco industrial hace que el sitio mantenga un cierto aire proletario, lo que sumado a su topografía hace pensar en el Cerro de Montevideo. Entre las calles de la zona llana de Eyüp es posible encontrar rastros de ese tipo de ritmo de vida que los ojos extranjeros suelen asociar con la autenticidad: ausencia de tiendas de recuerdos, gente en las esquinas que mira con curiosidad al visitante, restoranes y cafés poblados de clientes autóctonos.
Todo lo contrario a lo que sucede algo más arriba, en la colina, aunque sigamos en el mismo barrio. Más arriba está el lugar en que vivía Pierre Loti. Su casa es actualmente una cafetería para turistas con una espléndida vista sobre la ciudad, en la que además de tomar café a la turca se puede comprar desde postales hasta corbatas de seda con la grifa Pierre Loti. Un café-museo en cuyas mesas cubiertas de azulejos turquesa puede apoyarse, como antídoto, un ejemplar de Estambul y seguir leyendo a Pamuk: “ese maravilloso sueño oriental, que por su autenticidad tanto le gustó a Pierre Loti, hasta el punto de comprarse una casa e instalarse allí, a mí siempre me ha resultado repulsivo por su perfección sin adulterar”.
Un cristal diferente

“Y miro a Eyüp. Allí el agua parece agua.
Una casa parece una casa. Una hoja una hoja.
Y un papel y un árbol dibujan en torno la noche
delicadamente”.
Aunque el sitio que mira Berk se llame igual que el que sedujo a Loti, e incluso igual que ese que tanto molesta a Pamuk, es un sitio completamente distinto. Ante esos múltiples rostros de Eyüp, Pamuk se pregunta por qué es que “ese pequeño y maravilloso barrio al final del Cuerno de Oro” encanta y “satisface a todo el mundo”.
Pero el flamante Nobel no encuentra respuestas. “¿Puede ser porque se encuentra extramuros y por lo tanto carece de influencia Bizantina y de las capas de confusión que contiene el resto de la ciudad? ¿O por la mezcla de hermosos cementerios, árboles y casas? ¿Porque la noche llega pronto a causa de las altas colinas? ¿O es que Eyüp se mantiene lejos de la enormidad de Estambul y de su poderosa y enérgica confusión –de esa fuerza que incluye hasta la basura, el óxido, el humo, la suciedad y las grietas, fisuras, restos y ruinas- porque allí todo, hasta sus medidas arquitectónicas, se ha mantenido diminuto con una humildad religiosa y mística?”
(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 26 de enero de 2007)
Etiquetas: Literatura, Turquía
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