11 octubre 2013

Võ Nguyên Giáp (1911-2013)


Dien Bien Phu, considerada en su momento la mayor batalla desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, marcó el derrumbe de la Indochina francesa y ejemplificó la ineficacia del mando colonial que se jugó la vida de sus hombres y las perdió casi todas. Un mando sintetizado en la figura del coronel Christian de la Croix de Castries, que bautizaba las colinas del campo de batalla con los nombres de sus amantes parisinas. Nombrar es poseer, pensaba. Así fue que entre el 13 de marzo y el 7 de mayo de 1954, Gabrielle, Anne Marie, Beatrice, Eliane, Dominique, Huguette y Claudine fueron cayendo una tras otra en manos del Viet Minh.

En el Museo de la Revolución, en Hanoi, está la foto en la que este heredero de una familia noble que desde el siglo xiv le dio a Francia varios marqueses y algunos usureros, quedó inmortalizado en el momento de su rendición. Caminando gallardo con un bastón, con una media sonrisa en la cara, como si en su liviandad no supiera que estaba rindiendo algo más que las colinas que supuso haber nombrado. La misma división 308 del Viet Minh que lideró el ataque final en Dien Bien Phu, sería la que entraría en Hanoi cinco meses más tarde.

La exhibición del museo no se ocupa de Castries más allá de esa fotografía, pero debería hacerlo. Ocuparse de Castries, narrar la incorpórea levedad de Castries, mostrarlo en su carácter de holograma irreal, sería poner un filtro de contraste para revelar la estatura de Võ Nguyên Giáp, el jefe militar vietnamita.

No sé si nunca, probablemente haya ocurrido otras veces, pero digamos al menos que pocas veces como en Dien Bien Phu dos hombres tan diferentes se enfrentaron en una batalla decisiva. El Museo de la Revolución, sin embargo, evita nombrar a Giáp como el nombre principal en esa victoria. Los que la hicieron posible, se les dice a los visitantes de ese edificio ubicado a unos pasos de la Ópera –herencia colonial francesa–, fueron los que cargaron las toneladas de artillería en frágiles bicicletas que allí son la Mona Lisa del museo. Frágiles y hercúleas bicicletas tuneadas con bambú que zigzagueaban en las colinas para que las líneas trazadas en los mapas por Giáp no fueran sólo líneas sino cañones colocados en el lugar correcto para disparar sobre las efímeras trincheras de Castries.

Mientras Giáp estuvo vivo, Vietnam no llamó a ninguna ciudad con su nombre. Sin embargo cuando se dice Dien Bien Phu es como si se estuviera diciendo “la victoria de Giáp”. Por eso cuando se pronuncia el nombre de Giáp se acota siempre, como un atributo de ese nombre, “el estratega de Dien Bien Phu”.

Tenía 22 años cuando ingresó al Partido Comunista de Indochina y 28 cuando conoció a Ho Chi Minh. Era el tiempo de la lucha contra el colonialismo francés. No se trataba de un minué, precisamente. Los franceses asesinaron a su esposa, a su hijo recién nacido, a su padre y a su hermana. Giáp tenía algunas razones más que la ideológica para lograr a sangre y fuego su primera victoria en la Navidad de 1944. Lo había perdido todo y sabía que el precio que pedía a sus hombres lo había pagado él primero. Una de las críticas que ha recibido de los estudiosos de la táctica militar es la de no cuidar lo suficiente la vida de sus soldados. Lanzarlos en cargas casi suicidas contra un enemigo superior. Ocurrió en alguna de sus derrotas más dolorosas e incluso ocurrió en los primeros días de Dien Bien Phu, donde finalmente alcanzó su más resonante victoria. Es que nada fue un minué, precisamente.

Al morir el viernes pasado, se lo recordó con aquella máxima que está en varios de los carteles que se exhiben como reliquias en las galerías de arte de Hanoi, cuyas reproducciones pueden comprarse por pocos dólares en casi cualquier sitio del país. Esa frase, atribuida a Ho Chi Minh y que dice, cortante e implacable: “Victoria significa victoria”. Sin componendas. Sin maquillar un fracaso con la lectura positiva de sus frutos futuros. Sin detenerse en el costo. En uno de los carteles está Ho Chi Minh con un teléfono y al otro lado de la línea tres soldados de Vietnam del Norte. Uno lleva un arma, otro una bandera, el tercero un equipo de radio en el que recibe esa orden que impide retroceder. En otro cartel está escrita la misma frase, sólo que en la imagen aparece Giáp con el puño izquierdo en primer plano. El puño que aplastó a los franceses en Dien Bien Phu. A los japoneses en 1945. A los marines en la larga y dura “Guerra Americana”. Y a los chinos en 1979 cuando intentaron invadir Vietnam como castigo por la operación militar con la que Giáp liberó a Camboya del reino de terror de Pol Pot. Veinte mil hombres perdió el gigante chino antes de retirarse vencido de la frontera en la que había sido detenido por las tropas de reserva de Vietnam. Victorias y derrotas que fueron modelando el pensamiento militar vietnamita que Giáp sintetizó en un axioma: “Un ataque y un avance más lentos, pero más seguros (...) atacar para vencer, no atacar sino cuando se tiene la certeza de la victoria”. Sin olvidar que victoria significa victoria.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 11 de octubre de 2013)

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