13 marzo 2006

Puerto Soledad, año 24

Fueron las guerras de una generación que llegó tarde a la Revolución Cubana y al conflicto de Vietnam. La Revolución Sandinista de 1979 y los combates por las Malvinas de 1982, se colaron por detrás de la cortina informativa de los telenoticieros de la dictadura uruguaya y trajeron sus imágenes de las guerras en diferido.

La primera, mostrada con perfil bajo. Igual alcanzó para tatuar en las retinas las visiones fugaces de aquellos adolescentes, con gorra de béisbol y camisa escocesa, parapetados detrás de barricadas de adoquines mientras disparaban contra una tanqueta que maniobraba torpe en las calles de Managua. La otra, amplificada. Repetida en una tonalidad patriotera que hizo que sus sobrevivientes tuvieran que cargar con el peso de la derrota y, además, con el estigma de haber sido los peones de la aventura militar de una dictadura agonizante.

Este domingo se cumplen 24 años de aquella mañana en que los liceales uruguayos se enteraron que “las Malvinas son argentinas”. Una primera imagen, de la revista Gente, mostraba una fila de británicos con las manos en la nuca, caminando, prisioneros, en las calles de Port Stanley. La segunda imagen, propaganda perfecta, uno de los soldados argentinos jugando un picado con niños kelpers en esas mismas calles, sólo que en esa segunda foto ya se llamaba Puerto Argentino. Después vinieron las tapas de Tal Cual y Flash, que mostraban a Margaret Thatcher con bigote hitleriano y dientes de vampiro. La tragedia del hundimiento del Belgrano con sus decenas de marineros muertos. La leyenda de los gurkas. Las maniobras de los aviones y su aporte al vocabulario de aquellos años: Sea Harrier, Pucará, Exocet. La última foto de una montaña de armas entregadas el día de la rendición, y otra vez una fila de soldados vencidos, en este caso argentinos. La ciudad volvió a ser Port Stanley, aunque mejor hubiera sido que recuperara su nombre original, el que le habían dado los colonos franceses: Puerto Soledad.

El cuartelero

La guerra de las Malvinas duró hasta el 14 de junio de 1982. Fueron 74 días y casi mil muertos. Fue un intento desesperado de la dictadura argentina por ganar un poco de aire en su falta de popularidad. Una tabla de flotación patriótica para flotar un poco más en el mar embravecido de la crisis económica. La cara visible de esa jugada desesperada fue el General Leopoldo Galtieri. Definido por el periodista Ricardo Herren, del diario español El Mundo como “un mediocre que llegó a general sólo porque le tocó vivir tiempos excepcionales. Cuartelero, simplón, grandulón, rudo en sus maneras, se creía el Patton argentino por su parecido físico con el actor George Scott, que encarnó en el cine al famoso general de caballería de la II Guerra Mundial. Su desmedida afición al whisky escocés debió de contribuir a dar vuelo a sus fantasías”. Esa desprestigiada dirigencia colaboró a que los veteranos de Malvinas vivieran años de abandono. Los suicidios de unos 300 ex combatientes llamaron la atención de las autoridades y con el gobierno de Néstor Kirchner se han comenzado a revertir las cosas.

Palabra de Kelper

Un reporte de la BBC de Londres muestra una perspectiva poco transitada cuando se recuerda el conflicto. El punto de vista de los niños kelpers que estaban en la escuela cuando desembarcaron los soldados argentinos. Robert Wilkinson, que tenía 11 años en 1982, recuerda que “estaba bastante entusiasmado y miraba a cada rato hacia una de las puertas, porque los maestros y otras personas subían y bajaban, entraban y salían. Veíamos esas figuras acercándose a través del vidrio congelado de las ventanas y nos preguntábamos si serían soldados o algo parecido”. Y el testimonio se encuentra con aquella segunda foto de la revista Gente. “La tarde del 2 de abril nos pusimos a jugar al fútbol y uno de los chicos pateó una pelota que se fue por la esquina. Cuando la fueron a buscar se encontraron de golpe con dos marinos argentinos completamente armados. Mis compañeros estaban aterrorizados y comenzaron a retroceder. Pero los soldados eran realmente amigables”. Sea como sea, la guerra nunca es un buen recuerdo. “Yo llegué a apreciar a esos soldados que morían -relata Wilkinson- a esos pilotos que eran derribados y se perdían con sus aviones, y con ellos todos esos años de ir creciendo, de estudiar, años de encuentros, de matrimonios y de hijos. Fue una completa pérdida de vidas".


(Artículo de Roberto López Belloso publicado en La Diaria en marzo de 2006)

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