15 diciembre 2006

El valle inexplicable

La fuerza de la insurgencia iraquí es tal, que ya no sólo ponen en jaque a las fuerzas de ocupación con su cuota diaria de atentados, sino que están imponiendo la ley islámica en las poblaciones que controlan, incluyendo la tercera ciudad del país, Mosul. Las pocas tiendas de ropa que quedan abiertas en ese lugar han debido encapuchar la cabeza de sus maniquíes para no despertar la ira de los fundamentalistas. Esta directiva no es, sin embargo, la más absurda.

En los baños públicos está prohibido el uso de jabón, ya que este elemento no existía en tiempos del Profeta, en tanto que los restoranes no pueden servir la tradicional ensalada de pepino y tomate, porque una verdura es masculina y la otra femenina, y es sabido que hombres y mujeres no pueden mezclarse en un mismo recinto. “Quieren hacernos retroceder mil cuatrocientos años”, se queja un comerciante entrevistado por Yasmin Ahmed, periodista iraquí que publica en Gran Bretaña. Pero a renglón seguido de la protesta llega la aceptación: “debemos obedecer si queremos seguir con vida”.

Los fundamentalistas sunnitas son la verdadera ley en una ciudad que puede considerarse el bastión de las fuerzas que todavía mantienen ciertos niveles de lealtad con el régimen de Saddam Hussein. En definitiva fue en Mosul donde se escondían los hijos de Saddam mientras dirigían parte de la resistencia en los primeros momentos de la invasión, y fue en Mosul donde se “vio” en varias ocasiones al ex dictador durante la breve temporada en que se mantuvo prófugo. Semanas iniciales de la “posguerra” en la que las milicias kurdas apenas podían mantener alguna forma de control sobre Mosul, aunque pronto fueron sustituidas por tropas del nuevo gobierno iraquí apoyadas por marines, se supone que para no preocupar a la vecina Turquía, aliada clave para la OTAN, que nunca vio con buenos ojos que uno de los efectos colaterales de la caída de Hussein fuera el fortalecimiento kurdo.

Los fundamentalistas que desde las sombras dictan el código de conducta cotidiano de los habitantes de una ciudad que vivió tiempos mejores (la fina tela conocida como muselina se llama así porque es originaria de Mosul) no respetan diferencias religiosas. Las escasas familias cristianas también son obligadas a cumplir los “decretos”, por lo que las mujeres no musulmanas tampoco se libran de llevar velo. Una situación paradójica, si se tiene en cuenta que los sectores que apoyan a la insurgencia sunnita desde las mezquitas de Europa Occidental son los principales defensores del derecho de las niñas musulmanas a llevar velo en las escuelas de París, para citar sólo un caso, a pesar de las voces europeas que lo consideran una práctica violatoria de los principios de la laicidad escolar.

Lo cierto es que Mosul ya no tiene estatuas (dinamitadas por ser “símbolo de idolatría”) y las vidrieras de sus tiendas están pobladas de maniquíes encapuchados. Si fuera un mundo de ficción podría pensarse en uno de los postulados más controversiales de la teorización sobre los androides. La llamada Teoría del valle inexplicable, o Bukimi no tani, acuñada por Masahiro Mori (ver gráfica al pie del artículo) y usada en varias películas, entre las que se destaca Blade Runner, de Ridley Scott. Muy simplificadamente, postula que aquello que se parece mucho a un ser humano pero que sabemos que no es real, amplifica una respuesta emocional de rechazo, temor o desconfianza. Un problema con el que deben lidiar los diseñadores de androides y que está en la base de por qué el cine de terror ha sacado tan buen partido de los maniquíes, los muñecos y los zombis. Pero Japón queda muy lejos de Mosul. Cualquier lugar queda muy lejos de esa ciudad aterrada por quienes cultivan una interpretación zombi del Islam.



(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 15 de diciembre de 2006)

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