19 julio 2004

El puente de Mostar

Ya no tiene sus muñones de piedra contenidos por una red de alambre que los protegía como una gasa improvisada. Tampoco está la plataforma flotante en la que una empresa turca intentaba rescatar bloques de piedra de las verdes aguas del Neretva. Volvieron, eso sí, los clavadistas que se lanzaban desde su punto más alto en las festividades de verano.

Fue reconstruído, finalmente, el viejo puente de Mostar, en Bosnia-Herzegovina. La comunidad internacional invirtió una buena suma de dinero para que esa antigua joya de la ingeniería otomana, volada por la artillería croata para borrar la presencia musulmana en la ciudad, pudiera ser levantada de sus cenizas y se erigiera en un símbolo de una nueva convivencia interétnica. Invitados especiales, fuegos de artificio, y danzas folklóricas ecuménicamente mezcladas en un mismo programa, dieron el marco para que el prodigio de los re-constructores tuviera una adecuada repercusión mundial. Y en efecto, en las imágenes se lo vio casi idéntico a las viejas fotos del viejo puente.

Un equipo de Televisión Española, sin embargo, intentó ir un poco más allá del decorado, y buscó la palabra de los habitantes del lugar. Del informe que realizaron se desprende que el puente que une las dos orillas del Neretva, todavía separa a los habitantes del lado católico croata de los del lado bosniomusulmán. Una mujer, de la que no se podía deducir a qué ribera pertenecía, a lo sumo podría pensarse que no era musulmana por la ausencia de pañuelo, aunque ese no es un signo definitivo, decía que la reconociliación sólo era posible para aquellos que no lo habían perdido todo con la guerra. “Mataron a mis hijos y a mi esposo, me quedé sola en el mundo, y veo a quienes los mataron caminar libres por la calle, no, no puedo perdonarlos”, explicaba, serenamente, con un edificio labrado a balazos como telón de fondo.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha en julio de 2004)

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