29 agosto 2003

Bombas en Bombay

La explosión de dos bombas en la ciudad de Bombay hicieron mucho más que mostrar la actualidad de la tensión entre las comunidades hindúes y musulmanas en ese país. Mostraron, en cierta forma, lo filosos que en ciertos contextos pueden resultar temas que hasta los años previos a la extinción del mundo bipolar se creía confinados de la arena de los conflictos internacionales. Asuntos vinculados a las tradiciones, el patrimonio histórico, la religión, o la cultura en un sentido amplio, hacen estallar enfrentamientos que trascienden los marcos del Estado-nación y que se puede confundir con fenómenos novedosos. Apenas se bucea mínimamente en a historia reciente, se descubre, tras los ropajes de los conflictos ideológicos de la oposición Este-Oeste, o a la sombra de éstos, la textura de problemáticas directamente vinculados a estos clivajes de lo simbólico.

Baste recordar, por ejemplo, el estallido de odio en el Nagorno Karabaj de los tiempos de la Perestroika, cuando milicias de musulmanes azeríes tomaron por asalto un enclave armenio, masacrando a su población y demostrando un siniestro detenimiento en articular con una caligrafía medieval un mensaje claro. Lo inexplicable de aquél episodio en el que, por ejemplo, los atacantes se ocuparon de abrir los vientres de las mujeres armenias que esperaban para dar a luz en la maternidad del hospital del lugar, hoy nos resultaría igualmente repulsivo como entonces, pero ya no lo tildaríamos de inconcebible, sino que rápidamente lo encasillaríamos bajo el concepto de "limpieza étnica".

Por eso hoy, puede leerse sin mayor asombro que un grupo fundamentalista coloque dos bombas en una ciudad de India, en lugares especialmente concurridos, como forma de argumentación paracientífica con la que se pretendería responder a un informe arqueológico sobre un templo anterior al siglo XVI.

En este punto es imposible no recordar lo que Jean-Arnault Dérens y Catherine Samary escribían acerca de la producción académica balcánica. Ellos no confían en la historia de producción local a la hora de analizar las crisis yugoslavas, ya que en la región “la historiografía está movilizada por los discursios nacionalistas para legitimar pretenciones exclusivas”. Los distintos enfoques “seleccionan hechos reales” y en menor medida se apoyan “en mentiras patentadas” o “toman distancia buscando la luz adecuada” para lograr el claroscuro que convenga a los diferentes intereses nacionales. En otras palabras: “el debate histórico adquiere demasiado a menudo el aire de un extraño pugilato”. Algo, que por otra parte, no parece ser exclusivo de esa región: “prácticamente no existe pueblo que no proceda a una reescritura gloriosa e idealizada de su pasado; las derrotas se vuelven victorias, personajes a veces legendarios se transforman en los padres fundadores de la nación moderna, episodios míticos adquieren un estatus de actos fundadores de la patria".

Visto desde esta perspectiva, es probable que un informe arqueológico sobre un templo del siglo XVI adquiera la suficiente importancia política como para que un grupo fundamentalista esté dispuesto a matar por ello. Sobre todo porque ese informe puede permitir "datar" la pre-existencia de una comunidad en un lugar con respecto a otra. La arqueología, y a su través la dimensión histórica de la religión, pasa a transformarse en una cuestión política.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 29 de agosto de 2003)

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