22 junio 2012

El juicio de Osiris

por Roberto López Belloso

Las elecciones presidenciales debían ser la etapa final de la transición egipcia luego que la versión cairota de la Primavera árabe terminara con tres décadas de gobierno de Hosni Mubarak. La disolución del parlamento el jueves 14 y la dilación en entregar los resultados de la segunda ronda de los comicios realizada el domingo 17, hacen temer que se esté ante un retroceso de varios casilleros.

Si el Cid campeador pudo ganar su última batalla estando ya sin vida, vestido su cuerpo con su armadura y exhibido así, a grupas de la invencibilidad, para espanto de sus enemigos, parecería que Hosni Mubarak, para hacer su último fraude, tuvo que morir al menos un poco.
Cuando la junta militar decretó el miércoles 20 el fallecimiento clínico de Mubarak, el anuncio fue interpretado por algunos analistas como una cortina de humo para distraer la atención de la opinión pública de los retrasos en la proclamación del vencedor en las contestadas elecciones del domingo 17. Esta teoría ganó credibilidad cuando tanto la familia como el abogado del ex dictador desmintieron el carácter terminal de sus estado y dijeron esperar una mejoría en las próximas 72 horas. ¿Qué tanto importa eso, a fin de cuentas, si se está ante una pulseada electoral entre los Hermanos musulmanes que ayudaron a derrocarlo y los militares que no hicieron nada para mantenerlo en el poder? Simbólicamente mucho.
Los Hermanos Musulmanes parecen necesitar que el ex dictador no muera del todo, ya que su planteo de que las maniobras electorales y de cambios institucionales de los uniformados implican un “mubarakismo sin Mubarak” gana en impacto si el ex hombre fuerte sigue viviendo, aunque sea con ayuda. Por el mismo motivo, a los militares les sirve el camino opuesto.
En su columna para The New Yorker Lawrence Wrigth recomendó a Obama: “con Hosni Mubarak con respiración artificial, es tiempo de que Estados Unidos desconecte su apoyo a este régimen militar antidemocrático”.
En un gesto que parece estar destinado a ayudar a Washington a tomar la difícil decisión, los Hermanos musulmanes descartaron seguir el camino de la guerra civil, incluso en el caso de que se materialice el fraude en contra de su candidato a la presidencia, Mohamed Morsi quien, aseguran, derrotó el domingo pasado al candidato de los militares, Ahmed Shafiq, ex premier de Mubarak.
Pero Shafiq también se declaró ganador. De oficializarse la proclamación del ex premier sería el segundo golpe político que recibirían los islamistas en pocos días. El primero fue la disolución del parlamento el jueves 14 debido a un vericueto legal con el que se frenó la asunción de funciones de un legislativo que los hubiera tenido como la mayor de las bancadas.
El legislador que ahora estaría ocupando la presidencia de ese órgano, Saad Katatni (foto), dijo en declaraciones a la agencia EFE que “estamos dando una batalla legal a través de las instituciones y una batalla popular en la calle”. Y recalcó: “ese es el límite” ya que “el pueblo egipcio no está armado”.
Esta pulseada parece haberse transformado en una virtual “tercera vuelta” de las presidenciales egipcias que ya desde la primera ronda habían resultado problemáticas y confusas.
Ese primer turno fue el 23 y 24 de mayo cuando se presentaron 12 candidatos a consideración de los electores. Como era previsible ninguno logró la mayoría absoluta y pasaron al balotaje Mursi, con un 24,8 por ciento de los votos, y Shafik, con el 23,7 por ciento. En un cercano tercer lugar, con el 20,7 quedó Hamdeen Sabbahi, un laico que en su momento fue perseguido tanto por Mubarak como por su antecesor Anwar el Sadat.
Haizam Amirah Fernández, del Real Instituto Elcano, de España, destacó que en los comicios de mayo hubo una abstención del 46,4 por ciento. Eso implica que “el futuro presidente de Egipto sólo habría conseguido en torno al 11% del total de votos potenciales en la primera vuelta, lo que refleja un apoyo muy minoritario del conjunto de la población”.
Haizam Amirah opinó que los dos candidatos que compitieron en segunda vuelta representan “la combinación que más puede polarizar a la sociedad egipcia a corto plazo, y es vista por los sectores revolucionarios como el peor escenario para la transición democrática del país”. En esta frase los revolucionarios son considerados los sectores que participaron de las protestas de la plaza Tahrir que fueron parte de la primavera árabe, movimiento del que los Hermanos musulmanes se habrían mantenido al margen. Una mirada similar es la que tiene el periodista de El País de Madrid, y ocasional colaborador de Brecha, Javier Valenzuela, quien escribió el domingo pasado que “las esperanzas de Tahrir han ido desvaneciéndose, sustituidas por la amarga constatación de que los nuevos faraones surgirán de alguna de las dos fuerzas reaccionarias clásicas del valle del Nilo: militares e islamistas”.
En cuanto a Mubarak, que el sábado 2 había sido sentenciado a cadena perpetua por la represión contra los manifestantes de Tahrir, ahora se prepara para enfrentar otra sentencia, la pautada en el Libro de los muertos. Según lo que demore su agonía –que a esta altura es una carta política– Anubis lo conducirá al juicio donde Osiris verá si su corazón aguanta el peso de una pluma. Parece difícil.

(Artículo publicado en Brecha el 22 de junio de 2012)

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