16 marzo 2007

Operación Aquiles

Más allá de lo que hayan anunciado los titulares de la promocionada ofensiva de las tropas occidentales, el problema de Afganistán no son los talibán sino el opio. Aunque no forme parte del discurso más publicitado sobre la crisis afgana, el opio está en el origen de la producción de un arma de destrucción masiva que lleva varios años presente en las calles de las principales ciudades de Estados Unidos: la heroína. Como es sabido, Afganistán produce cerca del 90 por ciento del opio del mundo, y desde la lenta pero constante resurrección del poder talib (supuestamente eliminado en 2001), las campañas de erradicación de cultivos del nuevo gobierno afgano apoyado por occidente han venido fracasando una y otra vez.

Hace meses que se anuncia que la primavera traerá consigo una ofensiva de los talibán que dejarán sus cuarteles de invierno de la frontera pakistaní y buscarán recuperar parte del poder que perdieron a causa de la intervención estadounidense. Los estrategas de la OTAN decidieron que resultaba conveniente tomar la iniciativa y lanzaron la Operación Aquiles. El problema es que la mayoría de los factores que se hicieron públicos sobre este movimiento de tropas parecerían estar apoyados en falacias. Se habla de evitar el avance talib cuando, en realidad, los talibán ya se han hecho fuertes en buena parte de la provincia de Helmand, que –¿casualmente?- es responsable de más del 40 por ciento de la producción de opio del país. Es decir, del mundo. Se habla de darle poder a los ancianos de las aldeas respetando la organización tribal de las zonas rurales, pero un informe de IWPR recogió testimonios de pequeños cultivadores de opio que aseguran que es la estructura tribal en la que precisamente se apoya la supervivencia del cultivo. El razonamiento parece claro: las tropas occidentales buscan erradicar los cultivos mientras que los talibán ofrecen protección a los cultivadores sin pedir dinero a cambio, excepto 10 dólares por cada dos mil metros cuadrados que son entregados por los agricultores a –¿casualmente?- los consejos de ancianos para que los usen en improvisados, pero efectivos, programas sociales locales.

Como si el opio comenzara a desvirtuar la percepción de la realidad desde mucho antes de su consumo, el juego de máscaras e intenciones ocultas, tanto de las tropas occidentales como de los talibán, han llevado a la economía del opio (única fuente de ingreso real para amplios sectores de la población afgana) a un realismo cortoplacista que parece estar jugando en contra del éxito de la campaña de los marines.

Por otra parte, llamar Aquiles a una operación militar tiene sus riesgos. Connotaciones como la ira, el saqueo, la codicia, el capricho y la crueldad, que tradicionalmente están asociadas al héroe del ejército que invadió Troya con la excusa del honor herido, tal vez no sean de masivo conocimiento entre el público estadounidense. Pero lo que sí es seguro es que casi todos saben que Aquiles tenía un talón, y que golpeando con precisión en ese lugar, hasta el enemigo aparentemente más débil podía detener a esa máquina de matar en la que Homero había sintetizado los fantasmas que los rapsodas griegos venían intentando exorcizar por siglos. Sería un exceso metafórico vincular el talón con el opio, ya que no se necesita la puntería de la flecha de Paris para que ese cultivo sea la barrera con la que se tope la ofensiva de las tropas occidentales.

Habrá resultados que serán convenientemente difundidos. Habrá ciudades recuperadas. Habrá humaredas mostrando los cultivos erradicados. Pero lo que no habrá, si se mantiene el lento promedio actual de 600 hectáreas de opio eliminadas por semana, es un freno real a la consolidación de Afganistán como narcoestado, independientemente de quién sea el inquilino del palacio de gobierno en Kabul.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 15 de marzo de 2007)

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