05 febrero 2006

Puerto Príncipe

Frente al Parlamento, cruzando la rambla, un pequeño parque descuidado es un oasis en medio del caos urbano de la capital. Grupos de jóvenes descansan entre el pasto. Estudian o simplemente miran la copa de los árboles mientras se dejan refrescar por la brisa del golfo de Gonaïves. No miran el mar. Si lo hicieran sólo verían una bahía sucia, contaminada por un puerto en el que no parece haber nada más que cargueros herrumbrados, y por el ir y venir de pequeñas lanchas desvencijadas que reproducen el tráfico que la ciudad despliega a sus espaldas. Puerto Príncipe era la perla más preciada de la Francia colonial. Hoy, esta ciudad, que debió haber sido hermosa, se ha transformado en la contracara de lo que su nombre sugiere.

Haití es diferente por completo al resto del continente americano. Esta singularidad puede palparse cuando se visita el Mercado de Hierro de Puerto Príncipe. Cuando el país todavía recibía turismo, las guías de viaje lo recomendaban con entusiasmo. Ahora, las mismas publicaciones lo desaconsejan. La estructura cerrada del mercado es un colorido y enorme galpón metálico de aire oriental, que originalmente estaba destinado a una ciudad de la India y fue embarcado hacia Puerto Príncipe por error. A su alrededor se levanta un enjambre de puestos callejeros que forman una feria permanente al aire libre, situada a pocas cuadras del palacio de gobierno.

Ingresar a la zona de mercado es entrar a un espacio de irrealidad. No hay un sólo turista, y aparentemente tampoco hay compradores. Es un montaje casi onírico a la espera de nadie. Una maraña humana voceando mercancías agrupadas en un caos aparente, pero en el que se pueden identificar ciertas lógicas: una calle de zapateros, otra en la que se reparan relojes, la acera de los libreros. Todo dispuesto sobre mesas precarias y rodeado de basura. Como no existe ningún sistema de recolección pública, los deshechos se amontonan en los callejones que quedan entre los puestos, por lo que se debe caminar pisando directamente por sobre una capa de basura que va siendo aplastada por los pasos hasta ir formando una alfombra semi-orgánica de la que parece desprenderse un vapor, casi sólido, que enturbia la atmósfera volviéndola irreal. Llega un momento en que sólo se ve la espalda de quien camina adelante, y se confía ciegamente en que ese punto de referencia sabrá la dirección correcta, y sólo queda dejarse arrastrar por el movimiento ondulante de ese ser colectivo que es el mercado.

==Segunda parte de cinco

* 1- Todas las fronteras del mundo
* 3- El brillo perdido
* 4- Petion-Ville
* 5- El Oloffson de Green

(Publicada en el semanario Brecha, de Uruguay, 2002)

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