05 febrero 2006

El brillo perdido (Haití, parte 3)

El mercado parece haber crecido entre las ruinas del viejo esplendor de la ciudad. Todavía se adivinan los edificios sólidos de fines del siglo diecinueve, con sus amplias pasivas conformadas por enormes columnatas de granito. Están ocultos, debajo de un enjambre de puestos callejeros, algunos literalmente ambulantes, ya que los vendedores se transforman ellos mismos en vitrinas, mostrando las mercancías, ropas o relojes, sobre su cabeza o entre sus brazos mientras caminan para buscar al cliente imposible. Las ruinas del viejo esplendor de Puerto Príncipe albergan, ahora, esa hilera de mujeres que han clavado sus braseros entre el barro o sobre el contrapiso roto de veredas que perdieron sus baldosas hace décadas. Sobre los braseros hay enormes ollas de hierro en las que trozos de cerdo y plátano se fríen en aceite hirviendo, llenando el ambiente con un olor penetrante. Braseros que en otro contexto parecerían improvisados pero que acá, en este campamento colectivo, dan la sensación de estar mucho más en su lugar que los propios edificios decimonónicos, patéticamente presuntuosos, cáscaras vacías utilizadas, en el mejor de los casos, como depósito de mercancías baratas. Pegados a esos fogones, una fila de hombres comen en silencio sus porciones de cerdo con arroz, recostados a las paredes de hormigón que alguna vez estuvieron revestidas por planchas de mármol.
En el mercado, toda negociación de precios que quiera realizar un visitante comienza en los cien dólares, no importa qué tipo de producto o servicio se quiera comprar. Ya se trate de un diccionario creole-inglés, un par de zapatos, un viaje en taxi o una talla de madera, el primer precio que se escuchará será ese. El segundo precio es cinco veces menor. La mutación se produce por un acto de prestidigitación monetaria. Ante el asombro del potencial comprador por tan violenta rebaja, el vendedor aclara que el precio inicial no estaba expresado en dólares americanos, sino haitianos. Esta última es una moneda virtual. El dinero local son las gourdas, pero el uso ha mantenido la existencia de los dólares haitianos para las transacciones con extranjeros, aunque nunca sea posible ver algún billete que responda a esa divisa. Vale cinco veces menos que su pariente estadounidense, y cinco veces más que la gourda. Luego de que los cien dólares del comienzo quedan reducidos a veinte, empieza la verdadera negociación, que en general termina en precios de un dígito. No se trata de negociaciones estáticas, sino que el vendedor no suele conformarse con la primera negativa, y sigue ofertando sus productos mientras acompaña al cliente durante algunas cuadras.

==Tercera parte de cinco

* 1- Todas las fronteras del mundo
* 2- Puerto Príncipe
* 4- Petion-Ville
* 5- El Oloffson de Green

(Publicada en el semanario Brecha, de Uruguay, 2002)

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