19 agosto 2000

Los signos de la guerra

En la ciudad de Prishtina la presencia militar es mínima. De tanto en tanto un blindado-ambulancia con la sirena abierta atraviesa las calles, muy de vez en cuando pasa un camión con soldados. Sólo los jeeps testimonian la presencia de la OTAN en el centro de Prishtina. Pero si los soldados están prácticamente ausentes, los signos de la guerra y la destrucción están en casi todas partes.

El centro administrativo de la ciudad es el que guarda más testimonios del conflicto reciente. Edificios abandonados que muestran un gran hueco en los pisos superiores, sin duda el sitio exacto por el que penetraron los proyectiles que luego barrenaron la construcción dejando sólo las paredes en pie, como un macabro decorado ennegrecido por el fuego. Los dos o tres que aún pueden usarse están rodeados por alambradas de púas y alojan instalaciones de la Misión de Naciones Unidas.
Basta alejarse dos cuadras de esa manzana central, para que los signos visibles de la guerra queden atrás. Los edificios cercanos no fueron tocados por las bombas, lo que sugiere que el ataque no fue indiscriminado sino quirúrgico. El Hotel Grand, una de las moles más reconocibles de Prishtina, se alza en una proa que bulle de camionetas de organismos internacionales y, según cuentan los que han vivido otros conflictos, tiene el aspecto inconfundible de los hoteles en zonas de guerra. Esta percepción parece confirmarse con la imagen que da el recepcionista, con la barba semi-crecida y la deslucida chaqueta de lo que alguna vez quiso ser el uniforme de un hotel cinco estrellas. Si se le pregunta por algún sitio donde cambiar dólares por marcos alemanes, la moneda de curso legal en Kosovo, negocia él mismo el tipo de cambio, utiliza su billetera como caja registradora y da las gracias a modo de recibo de la transacción.

La realidad de Prishtina cambia en círculos concéntricos. Si el casco de la administración política de la ciudad es la zona de los edificios bombardeados y el círculo siguiente es el de la normalidad, alcanza con volver a alejarse dos o tres cuadras para encontrar de nuevo los rastros de la destrucción. Es el barrio del mercado. Todos los negocios, desde las gasolineras hasta los bares, exhiben banderas albanesas y estadounidenses. Si bien ha regresado el bullicio de los comerciantes, que reabrieron sus tiendas y peluquerías, de calle en calle pueden verse los locales arrasados por el fuego. Sólo los azulejos de lo que alguna vez fue un baño y la carcaza quemada de un aparato de aire acondicionado testimonian que en ese lugar hubo una construcción. En este caso, la responsabilidad no fue de las bombas de la OTAN sino de los paramilitares serbios que incendiaban las propiedades albanesas. No son muchos los sitios que aún están inutilizables. Las brigadas de obreros suelen necesitar poco más de un día para levantar un comercio de piezas prefabricadas supervisados por el propietario que los mira apoyado en la carrocería de su Mercedes Benz.

Otra vez es necesario salir algunas cuadras hacia la periferia para desmentir la idea de prosperidad que exhala el barrio comercial con sus boutiques y perfumerías. Entonces se podrá ver a familias enteras que se amontonan en anticuados complejos habitacionales. Allí sí se encuentra una presencia mayor de militares de la OTAN, lo que hace suponer que no sólo se trata de barrios más pobres sino también más conflictivos.

Artículo de Roberto López Belloso publicado en el suplemento 'Qué pasa', del diario El País de Montevideo - 19 de agosto de 2000

==Segunda parte de tres

* 1- Kosovo y su laberinto
* 2- Los signos de la guerra.
* 3- Extranjeros en su propia ciudad.

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